sábado, 10 de diciembre de 2011

Puro Azar


El puro azar, peluza  indómita de noches y delirios, llevaba mi canoa humilde, paseo impensable que ocasiona las remembranzas, sin que falten las paradas y los cambios intempestivos, los sobresaltos, alegrías y sinsabores; las entradas a desiertos de infinitas dunas y sed sin par  o las embolatadas, de empolvadas sendas y desvaríos, en bosques vivos del Retiro, virgen de almas desde remotos tiempos. 

El puro azar se arracimaba en mis oídos de escucha ciega y me vaciaba en segundos conciertos completos de Händel, Mozart y Vivaldi, o desfilaban a velocidad de la luz los jardines de la Música del Agua de Händel, los 6 conciertos para flauta y violín de Vivaldi o el concierto para Clarinete de Mozart, cuando no me encalambraba la suite para chello solo de Juán Sebastián Bach.

En un instante me ponía en el centro de ese río montañez en El Retiro y desfilaban de nuevo en película fantástica las riberas escarpadas vestidas de musgos, orquídeas y cardos, árboles casi horizontales y pájaros de colores entre sus ramas, cruzando la cañada en bejucos de silbidos y trinos contra el bajo continuo del flujo torrencial entre las rocas del lecho. Me llevaban las corrientes primordiales entre edades cada vez más inhumanas e iniciales. Me hacían escarbar los cristales, los oros, las obsidianas, los grafitos, los silicios y las perlas cultivadas de las madres misteriosas, los carbonos, los helios y los mismos hidrógenos originales. Entraba en un canto genérico de minerales y protohistorias que eran puras geografías y geosonatas esculpiendo tragedias graves sobre la tierna piel de armónicos flautines y violas entonadas.

Ya afuera, en la cima del monte, sobre el río de heladas corrientes en primitivos voltajes, bajo el zumbar de las abejas que cosechaban sus mieles alucinógenas, se imponía la ley de la divisa... Llegaba el crepúsculo y brillaba sobre las lejanas cordilleras el gran oro místico bajo el triple arco iris de los siete colores. Al decir de León de Greiff, se sentía que todos los viajes fueran de regreso, regreso al instante sublime del poniente en dorados cantares del sacro silencio, cuando se abrían todas las puertas de la fantasía y nos rodeaban las inconsútiles bóvedas en cósmica catedral de felicidad. ¡Y la tierra sí era el centro de esa felicidad!


Briznas de horizonte



Eras como una brizna
de verano último ya flojo
que trae la esperanza de la lluvia,
y de rocío el polvo tizna;
una especie de oro final, al rojo,
que nemoroso adora los ocasos
y flota indeciso tras las fantásticas siluetas,
divaga con la tarde hacia el olvido,
a fundirse unánime con lo mismo,

entre los vespertinos genios,
y borra sus formatos diluidos
entre diásporas‑aleluyas,
volátiles adioses y tiernos abrazos,
abrazos de nuevas vidas
mías, tuyas y suyas
en incesante flujo
por los múltiples reinos
de lo vivo y lo neutro ya mudo.

Sonaba entonces el viento su oda ancestral,
son vesperal que modula valles y colinas:
El llamado íntimo de la noche…

Envuelta en su tabardo de rotas estrellas
y pliegues de sueños – fracasos,
rútilas minucias en la estela del coche,
viene la reina oscura
pisando falacias‑cerebros crasos,
bañando en melodías la estepa desnuda,
figuras y algóricas ecuaciones
en que celebran los átomos sus querellas,
su tirada, fatal jugada de erráticos universos.


Igitur corona la noche en voces de ángeles:

Entre las letras negras de loco Poema,

la cántiga entrelazada de múltiples juglares

sostenía contra el viento la apuesta de tahúres,

y su eterna caída se solazaba en esquema

flotaba entre los brazos pardos de lo vacuo,

asida en pleno por un Aleph de albures.

Eran sólo deleite y briznas,
Átomos y Minerales de secas gredas,
a bordo del abisal horizonte,
pregonando el canto íntimo
de  la noche envuelta en oros,
que pisaba en himnos y aromas
los sueños maquínicos de locas ánimas,
mientras araban brunas humaredas
la tierra‑abono de los cuerpos.

José Guillermo Molina
El Corazón, Medellín
Diciembre 8-10 de 2011



Oro final
Columbraba un sol de oro final
sobre el gran abismo del cañón del colorado
El dorado cañón
Desolado campo de la gracia
Monumento al caos y la erosión:
Huellas del agua furiosa,
el rocío caricioso
y la lenta meteorización de las rocas vivas.

Se lanzaba ciego
El dios del instante
En el mar de amarillo anciano,
Mas siempre coronado en su cima enhiesta
Por los vientos cantores 
que enmarcaban el trágico silencio;
Por frescos capullos de rosas y violetas
De pinos frescos y antiguos
Embriagándose con el baño de luz indescifrable
Áurea madre de la paz que languidecía en la tarde,
rociada en el oro de los sabios adivinos
proclamando sin cesar su paso de blancas multitudes
cifrando el aire de Calvario
con solo un Cristo meteoro 
sin Virgen que al horizonte prestara una risa 
en brazos del fugaz crepúsculo
que cruzaba los montes y los cielos 
entre el sueño y la inocente prisa,
entregando los cuerpos al oscuro
de amores feroces y serenos.

Jose guillermo Molina
El Corazón, Medellín
Bajo Flautines de grillos 
y coqueteos de los luceros de siempre.
Noviembre 2010, Diciembre 13 de 2011



lunes, 19 de septiembre de 2011

Esos grillos - Concierto Infinitesimal


Overtura en la Pradera


Esos grillos, en continuo vagaroso
cantaban con la voz en si menor
de ancestros y  tiempos idos,
con voz de anónimo juglar,
melodioso tenor,
de mismidad trivial
y diferencia en flor
en flujo de actualización incontenible:
el eco perenne de singular pozo.

Violines, flautines y trompetines
trenzaban sotto voce sus arcanos,
desde mullidas caras de espesura
en el aire esencial de  los veranos,
al son del ocaso
en bóveda de bermejas carnes,
saturado de azahares y jazmines,
de coros de tambores exánimes
y voluptuosos preludios de luna
reptando a ciegas insomnes
por la grama de lana oscura
para componer en la lechosa colina,
al cuidado de las rocas iluminadas,
la sinfonía múltiple en Do menor  unánime
que levitaba en la noche como poema vivo,
cuerpo abstracto del éxtasis eterno.
           
           

Representación en Alef de susurros


Esos grillos persistían en su transónico grito
y las invisibles ateridas cantaritas
urdían cristalino son en microsoprano
zumbaban en el aire de encantado carisma
similando el flujo mismo en llovizna
de los átomos en paralelas cintas
el eterno fluir de las fértiles cenizas
por las formas cóncavo-convexas
de cuerpos, paredes y grietas
en frescos rizomas de lo abierto.

La procesión de los átomos invisibles
que funda el pasmoso aparecer del universo
contra los fondos infinitos de lo vacuo:
su presencia hosca de fauno en celo
ante las arcas y altares
de ofrendas sin cuento
que tributaban en agitados carnavales
las menudas hordas del reverso.

Esos grillos cantaban por los átomos,
divulgaban a todos los vientos
la gloria de sus continuos quehaceres;
sus minúsculas cuitas de praderas,
acompañaban en continuum de mínimos matices
las múltiples vulcánicas tareas de los elementos
sus dionisíacas simbióticas danzas,
sus anómalas bodas contranatura
en hornos de cuánticos deslices
y prodigiosas coherencias,
sus sórdidas cántigas
de labios cárdenos en estremecida ternura.

Los labios ateridos de los grillos en la noche
entonaban la sonata de enloquecidos sones
que cantaban en silencio los átomos navegantes,
preparando los próximos nacimientos.

Leyendas


Contaban que, embargados en su misma ausencia,
construían las grandes pirámides de la materia
construían monumentos
a partir de su esencial anonimato.
Sellaban su carrera con su falta,
coronaban las esencias con su fuga
de regreso sin par al coro elemental.
Aguaceros, ciclones y tormentas
ponían todo de vuelta al mineral,
a libertarias polvaredas sin desierto.

Se huía en humareda
por la piel de atónitas rocas
en devenires animales.

Contaban que, al desviarse de su procesión en paralelo,
al clinarse en infinitésimos unitarios
en su caída por algún cielo horizontal,
se enredaban unos con otros en amores,
trabando cuerpos de sombra, astros,
nudos arbitrarios
de derechos y deberes
que yacerían en visibles panteones
todo el tiempo que tardara ese amor de asteroides
en diluirse y perderse por las simas de los cantones;

fluían entonces por preciosas ecuaciones,
las más veces por helicoides
y variadas espirales de alabastro
caracoles nacarados, visiones
apenas en restos y pátinas
de algún olvidado cráter,
baños de mar y hoscas penumbras
e intensos viajes al transfinito
por las cuevas y estrechos sin sombras
de mística traslúcida Transmáter.

Juglares y devenires


Esos grillos chicharras y cantaritas,
Huéspedes anónimos de lunáticas espesuras,
esos seres infinitesimales que vivían para el canto
tapizaban de himnos y rezos
el cuerpo de la tierra navegante,
su aura azul vibrátil en los mapas celestiales.

Esos grillos, violines y florituras,
esos hondos cantares en capas de silencio
que se hundían en las noches minerales
al ascenso en cielo en cinta
de la luna virgen sin mixturas,
rósea luz del éxtasis y el sueño de las fieras,

de los montes y de las piedras nudas,

el profundo cielo sumido en espasmo y suspenso
y el prado azul obscuro
en paz con sus devenires y meteorias.

Sus voces en continuum de joyas
pregón en vivo de las cuitas internales
de los dioses atómicos que sostenían la existencia:

las caras pétreas o pétalas o pátinas del afuera
incubadas en los cálidos nidos de la leyenda
a medio camino siempre entre el átomo y el cuerpo.

Sus voces en coro de filigrana
sembraban peluzas erizos
en la piel foránea del instante,

La piel más externa se encendía
en el ropaje de la última luz
sobre la desnudez obscena
de la noche llena e impía, inminente
y la endrina quietud
la nada silenciosa de la gehena
que se cuajaba contundente
en inefable delicia
entre los apuntes cerebrales
de esa música azul
que en gélidos diamantes
describía rumorosas cascadas de beatitud.

Esos grillos operaban en el seno
de las múltiples concavidades y vértigos y pliegues del alma
... esos tiernos obreros de las sombras
y artífices incansables del éxtasis y el silencio...
en pozo de música magnífica
se poblaba la noche de luciérnagas...
tornaban la comba en sancta sanctorum
de la noche azul demencia
cuajada  en crema de luna
y brillando con perlado brillo de inocencia. 

Estrellas o sueños
brumosos testigos de nuestro
palpitar contingente en la cuenca de la calma
y el intermitente infinito.

lunes, 22 de agosto de 2011

La Nave de los Locos en vino virtual

La nave de los locos

Nos vamos de este mundo de antiguas rocas y animales sin dejar nada ni llevarnos nada. Lo último es del todo evidente y lo primero se entiende mejor como que no quedamos en nada de lo que dejamos, dejamos códigos, pedazos de ADN que sigue volteando y evolucionando en el planeta, dejamos semen, dejamos hijos, pero todo se torna objetivo y vive lejos de nosotros: no logramos quedar en nada, nada delata nuestro sello creador, nuestro elan vital se va con nosotros al viaje interestelar por los ásperos bosques de gases y fuegos abstractos en que divaga y se expande el universo, nuestra común mathesis espiritual, hecha de sueños y casuales poemas.
Cambiamos los sueños prehistóricos de los bosques y las hordas de animales, por ácidos y secos sueños entre planetas y estrellas de impensable vida.
Cambiaremos los sueños con el tejido vivo de fieras y competencia por sueños minerales con lunas y mares de fuego transparente oleados por delirios infinitos, surcados por naves de locos inmortales.
Sólo nos llevamos esa música. Esa fluctuación insegura que nos precede en desiertos de silencio y guía en la armonía nuestra fuga, la gran armonía de la divergencia pura, el viaje in situ de los solitarios, in situ pero muy lejos de las enormes ciudades de la Horda, al rumor etéreo de la Música de las esferas.
Y nos íbamos engañados, en naves frágiles que nos entregarían a las fauces profundas tras descomunales baquianas en exiguo espacio.

¿Cómo no aprovechar el vino inmediato que brotan en exceso las uvas que se arraciman en el palo mayor de nuestro bote a la deriva? ¿Cómo no aprovecharlo cuando es en ese vino sobrenatural donde flota nuestra nave fantástica? Bebamos amigos y cantemos los arpegios con que danzan nuestros mares ebrios en cuyos lomos se pierde nuestra conciencia en corriente salvaje. Bebamos, dancemos y cantemos en derredor del micrófono ahuyama en polifonía multicolor. El mar se embriaga y se desborda con el vino de sapiencia e ilímite alegría que brota sin cesar del Árbol de la locura.

José Guillermo Molina
El Corazón, Medellín
Última versión: Noviembre 2009

domingo, 26 de junio de 2011

Analfabeto coronado

Analfabeto coronado 
Por donación sonámbula del público de hielo,
Aquí
En la mansión de los maniquíes transparentes,
De los móviles moldes como veletas,
Al amaño de los locos vientos,
Electrónicas rosas de plata sucia
Coronan en ridículo y tormento
A los aturbinados esqueletos de moho
Tornillando sus danzas dementes
entre los siete círculos viciosos
del paraíso‑sello
de Alef‑Dionysos

Aquí y ahora,
La frente sudando antiguas brutas estrellas
Del estéril poeta que abortó la abundancia
En blanco hueso,
Informe forro desamparado
En lucha quijotesca con letras de hojalata
O espeluznantes vidrios
O lavas de sórdidas huellas,
Como desperdicios‑risas‑saetas
Que le rechiflan augustos autómatas de silicio,
metahabitantes del gozo y del obrar
soberanos del sufrir y el fantasear

Incoados como liendras
en los axones de sus dendritas

liendras radiactivas
manando zumos de guerrilla
en las vejigas terminales
de sus signos‑cometa
desolados viajeros de mentales órbitas

Plantado allí
encajado entre los pétalos‑aletas
de la corona quirúrgica,
como entre un diamantino esqueleto de serafín,
exilado de las virales despensas de la Gracia,
claveteado por las insinuaciones polen‑metálicas
de los ubicuos moradores de su alma
-enconados como liendras guerreras,
Liendras eternas, soplos anticristo
Incoando antipoder y extracultura
En el azufrado mantel‑tambor de sus nervios catalépticos.

Rosas de plata ácida
brillan y coruscan tétricas, insistentes
al fulgor de un sol ya ido y sin regreso,
bruñidas por el sol negro del secreto,
quemando a dentelladas lúcidas
y electrocutando la crisma de cristal
del sereno expósito en lívido desnudo.

Incandescer de carcoma entre sus bordes‑barricadas:
inventaba analfemas,
deliciosas tonadas
bajo su sombra demoledora,
y me operaban, me marcaban,
me araban con encavadores espectrales,
contra un fondo en líneas de fuerza
azul‑limón,
que giroscaban en túneles recios
de templadas huellas astrales
 y noches de carbón,
molían mis órganos las seculares ruedas.

Flotar, volar era sentir el fondo
como imperceptible forcejeo
en líneas de corriente y umbrales de desaparición
retorciéndose en recios túneles de lava mental
y nubarrones y humaredas de bohemios bardos,
nieblas de polvo cerebro-cortical
sosteniendo la caída sin par,
en diálogo místico con las franjas de pequeñas muertes.

Sobre sordas voces de modulado cuarzo,
sólidos timbres fósiles
de ritos‑hombres‑trabajos,
arpegios de dioses extintos
y locos estrangulados;
contra el coro de voces en granito
surtía el hilo de grácil poema
marcando de silencio sus ligeros pasos.

Corona cáustica de cisma
es la que otorga imperecedera linfa
rosas de plata  cínica
esqueleto de luz justicia
royendo en danzas químicas
las sienes falsas incultas
en que afilan los vientos su silbido
conviniendo santo y seña de tahúres
que en la noche tirarán los dados
decidiendo las nuevas letras.

Allí me plantaba,
atado a la máquina de torturas,
y coronaban mi cabeza inane
rosas de plata en complot
brindis de feéricos robots
entre los rejos nerviosos
al rojo insangüe
del poeta en exilio sin poema
puros débitos tensos cables vacuos
donde acunan al amanecer
los delirios y las fieras‑asbesto
del desierto Tor.

Y sus perfidias galvanizadas en pálido
giran y giran magnéticas, fijas, heladas:
sádica ronda de lúnulas frías,
contra noche de bruno terciopelo,
de glaciales jueces suplicio
en disímiles órbitas de fiebres pías
por los tornos crispados,
los erodados quicios,
de la rebotolante testa podrida,
germinada de excéntricas pelusas.

Rosas colectivas
de sabio metal maligno
danzan sentenciosas,
burlando éxito y fracaso:
consagrando los nuevos cerebros a la criba,
a los dientes de leche en agujas maestras
de los místicos sabuesos corpulentos
que atendían las laderas de las sombras,
y lubricaban los volcanes del Scheol
la sed roqueña de los abismos
con los tesoros angélicos de la sangre prima
o neumática nuclear de la eterna juventud.

Rosas de linfa al acecho
Señales en cristal testigo
de que las fuerzas disponen de un cuerpo,
de una escala de cojines
para caer y conjugarse
y de que se cuenta con víctima fresca
para llevar al supremum,
a la grieta de las fulguraciones gratuitas,
su cuota de tiempo palpitante,
los géyseres anales de la sangre,
hasta ponerlos a brotar
y a cantar en ambrosías siderales;

hasta hacerlos simular los perfiles en bosquejo
del Cosmos‑Jardín en hilachas de floresta,
las máscaras lácteas del Firmamento‑Fiesta
contra nemorosos crepúsculos bermejos;
hasta hacerlos soñar el sortilegio
de sus propias máscaras combustas.

Las terribles flores inquisidoras
cobran en afanado blanco lancinante,
en semen que arrancan por tributo
de las últimas dendritas espinales,
el sagrado precio del dolor en bruto
que vive y reina en externo andante,
en el que templan su milagro los virus y las piedras
y del que sacan su vapor los versos inspirados.

Flores como inmensos leucocitos
Rondando en pausados círculos viciosos
El pozo anímico que eligieron las Visiones
para extraer el néctar violeta de los Limbos
y gozar ad aeternum del néctar‑sangre
que envuelve las estrellas dubitantes.

Rosas de excéntrico mercurio
Ecuánimes bailarinas cirujanas,
armadas de cortantes nimbos,
esculcan los cartílagos arrugados,
las páginas viscerales del pozo cantor,
buscando tierno ámbar filosofal
que a las máscaras del ser
dé juventud y veracidad
y a ellas el deleite que merecen como ancianas
de emborracharse con su perfume ultrasexual.

Y transforman esa masa de cesos‑miel
Que canta sólo por flotar
Efímera y cansina
Y la hacen fluir en raicillas laterales,
de dulzura y prístina ignorancia
por desperdiciarse en ondas pintadas
y en mutantes ondas de papel
que disfracen el espacio intenso
(como una piel de virgen atrapada)
de panteras y arlequines estelares.

Virtuales caracteres de famosos libros
Ecos puros de ese cirio cantante
El coágulo vertical,
de siseante miel medular
que en la abollonada noche del cuerpo
trabaja y serrucha clandestino
por escapar a las hordas de similares
y difuminarse en calladas risas de papel,

que enmarañen el mundo de guerrillas
y coralinas aleluyas incendiarias
navegando los abismos en silencio
silencios de códigos y maromeros asteriscos
en fuga sin tregua de los precipicios generales
que se van configurando en todo sueño
-asterisco mensajero
intercalado en la trama de risas‑espuma
que brinda expansión y eternidad,
aporta brisa y aire de las alturas.

Esa masa, ese coágulo, esa crisma de cristal,
esa esponja ilimitada,
ese enredajo de hilos en rizoma,
esa generosa movilidad transcarnal
en fragmentos de signos microalfabéticos
posa ahora coronado
bajo el suplicio demente de las rosas en corona,
pasa a ser tullida estatua escarnio analfabeta
sordo pozo en bloque sed monumento del deseo,
mudo y ciego testigo del milagroso PASO.

José Guillermo Molina
1974
Medellín, El Corazón, junio 22-25 de 2011