Por donación sonámbula del público de hielo,
Aquí
En la mansión de los maniquíes transparentes,
De los móviles moldes como veletas,
Al amaño de los locos vientos,
Electrónicas rosas de plata sucia
Coronan en ridículo y tormento
A los aturbinados esqueletos de moho
Tornillando sus danzas dementes
entre los siete círculos viciosos
del paraíso‑sello
de Alef‑Dionysos
Aquí y ahora,
La frente sudando antiguas brutas estrellas
Del estéril poeta que abortó la abundancia
En blanco hueso,
Informe forro desamparado
En lucha quijotesca con letras de hojalata
O espeluznantes vidrios
O lavas de sórdidas huellas,
Como desperdicios‑risas‑saetas
Que le rechiflan augustos autómatas de silicio,
metahabitantes del gozo y del obrar
soberanos del sufrir y el fantasear
Incoados como liendras
en los axones de sus dendritas
liendras radiactivas
manando zumos de guerrilla
en las vejigas terminales
de sus signos‑cometa
desolados viajeros de mentales órbitas
Plantado allí
encajado entre los pétalos‑aletas
de la corona quirúrgica,
como entre un diamantino esqueleto de serafín,
exilado de las virales despensas de la Gracia,
claveteado por las insinuaciones polen‑metálicas
de los ubicuos moradores de su alma
-enconados como liendras guerreras,
Liendras eternas, soplos anticristo
Incoando antipoder y extracultura
En el azufrado mantel‑tambor de sus nervios catalépticos.
Rosas de plata ácida
brillan y coruscan tétricas, insistentes
al fulgor de un sol ya ido y sin regreso,
bruñidas por el sol negro del secreto,
quemando a dentelladas lúcidas
y electrocutando la crisma de cristal
del sereno expósito en lívido desnudo.
Incandescer de carcoma entre sus bordes‑barricadas:
inventaba analfemas,
deliciosas tonadas
bajo su sombra demoledora,
y me operaban, me marcaban,
me araban con encavadores espectrales,
contra un fondo en líneas de fuerza
azul‑limón,
que giroscaban en túneles recios
de templadas huellas astrales
y noches de carbón,
molían mis órganos las seculares ruedas.
Flotar, volar era sentir el fondo
como imperceptible forcejeo
en líneas de corriente y umbrales de desaparición
retorciéndose en recios túneles de lava mental
y nubarrones y humaredas de bohemios bardos,
nieblas de polvo cerebro-cortical
sosteniendo la caída sin par,
en diálogo místico con las franjas de pequeñas muertes.
Sobre sordas voces de modulado cuarzo,
sólidos timbres fósiles
de ritos‑hombres‑trabajos,
arpegios de dioses extintos
y locos estrangulados;
contra el coro de voces en granito
surtía el hilo de grácil poema
marcando de silencio sus ligeros pasos.
Corona cáustica de cisma
es la que otorga imperecedera linfa
rosas de plata cínica
esqueleto de luz justicia
royendo en danzas químicas
las sienes falsas incultas
en que afilan los vientos su silbido
conviniendo santo y seña de tahúres
que en la noche tirarán los dados
decidiendo las nuevas letras.
Allí me plantaba,
atado a la máquina de torturas,
y coronaban mi cabeza inane
rosas de plata en complot
brindis de feéricos robots
entre los rejos nerviosos
al rojo insangüe
del poeta en exilio sin poema
puros débitos tensos cables vacuos
donde acunan al amanecer
los delirios y las fieras‑asbesto
del desierto Tor.
Y sus perfidias galvanizadas en pálido
giran y giran magnéticas, fijas, heladas:
sádica ronda de lúnulas frías,
contra noche de bruno terciopelo,
de glaciales jueces suplicio
en disímiles órbitas de fiebres pías
por los tornos crispados,
los erodados quicios,
de la rebotolante testa podrida,
germinada de excéntricas pelusas.
Rosas colectivas
de sabio metal maligno
danzan sentenciosas,
burlando éxito y fracaso:
consagrando los nuevos cerebros a la criba,
a los dientes de leche en agujas maestras
de los místicos sabuesos corpulentos
que atendían las laderas de las sombras,
y lubricaban los volcanes del Scheol
la sed roqueña de los abismos
con los tesoros angélicos de la sangre prima
o neumática nuclear de la eterna juventud.
Rosas de linfa al acecho
Señales en cristal testigo
de que las fuerzas disponen de un cuerpo,
de una escala de cojines
para caer y conjugarse
y de que se cuenta con víctima fresca
para llevar al supremum,
a la grieta de las fulguraciones gratuitas,
su cuota de tiempo palpitante,
los géyseres anales de la sangre,
hasta ponerlos a brotar
y a cantar en ambrosías siderales;
hasta hacerlos simular los perfiles en bosquejo
del Cosmos‑Jardín en hilachas de floresta,
las máscaras lácteas del Firmamento‑Fiesta
contra nemorosos crepúsculos bermejos;
hasta hacerlos soñar el sortilegio
de sus propias máscaras combustas.
Las terribles flores inquisidoras
cobran en afanado blanco lancinante,
en semen que arrancan por tributo
de las últimas dendritas espinales,
el sagrado precio del dolor en bruto
que vive y reina en externo andante,
en el que templan su milagro los virus y las piedras
y del que sacan su vapor los versos inspirados.
Flores como inmensos leucocitos
Rondando en pausados círculos viciosos
El pozo anímico que eligieron las Visiones
para extraer el néctar violeta de los Limbos
y gozar ad aeternum del néctar‑sangre
que envuelve las estrellas dubitantes.
Rosas de excéntrico mercurio
Ecuánimes bailarinas cirujanas,
armadas de cortantes nimbos,
esculcan los cartílagos arrugados,
las páginas viscerales del pozo cantor,
buscando tierno ámbar filosofal
que a las máscaras del ser
dé juventud y veracidad
y a ellas el deleite que merecen como ancianas
de emborracharse con su perfume ultrasexual.
Y transforman esa masa de cesos‑miel
Que canta sólo por flotar
Efímera y cansina
Y la hacen fluir en raicillas laterales,
de dulzura y prístina ignorancia
por desperdiciarse en ondas pintadas
y en mutantes ondas de papel
que disfracen el espacio intenso
(como una piel de virgen atrapada)
de panteras y arlequines estelares.
Virtuales caracteres de famosos libros
Ecos puros de ese cirio cantante
El coágulo vertical,
de siseante miel medular
que en la abollonada noche del cuerpo
trabaja y serrucha clandestino
por escapar a las hordas de similares
y difuminarse en calladas risas de papel,
que enmarañen el mundo de guerrillas
y coralinas aleluyas incendiarias
navegando los abismos en silencio
silencios de códigos y maromeros asteriscos
en fuga sin tregua de los precipicios generales
que se van configurando en todo sueño
-asterisco mensajero
intercalado en la trama de risas‑espuma
que brinda expansión y eternidad,
aporta brisa y aire de las alturas.
Esa masa, ese coágulo, esa crisma de cristal,
esa esponja ilimitada,
ese enredajo de hilos en rizoma,
esa generosa movilidad transcarnal
en fragmentos de signos microalfabéticos
posa ahora coronado
bajo el suplicio demente de las rosas en corona,
pasa a ser tullida estatua escarnio analfabeta
sordo pozo en bloque sed monumento del deseo,
mudo y ciego testigo del milagroso PASO.
José Guillermo Molina
1974
Medellín, El Corazón, junio 22-25 de 2011