lunes, 22 de agosto de 2011

La Nave de los Locos en vino virtual

La nave de los locos

Nos vamos de este mundo de antiguas rocas y animales sin dejar nada ni llevarnos nada. Lo último es del todo evidente y lo primero se entiende mejor como que no quedamos en nada de lo que dejamos, dejamos códigos, pedazos de ADN que sigue volteando y evolucionando en el planeta, dejamos semen, dejamos hijos, pero todo se torna objetivo y vive lejos de nosotros: no logramos quedar en nada, nada delata nuestro sello creador, nuestro elan vital se va con nosotros al viaje interestelar por los ásperos bosques de gases y fuegos abstractos en que divaga y se expande el universo, nuestra común mathesis espiritual, hecha de sueños y casuales poemas.
Cambiamos los sueños prehistóricos de los bosques y las hordas de animales, por ácidos y secos sueños entre planetas y estrellas de impensable vida.
Cambiaremos los sueños con el tejido vivo de fieras y competencia por sueños minerales con lunas y mares de fuego transparente oleados por delirios infinitos, surcados por naves de locos inmortales.
Sólo nos llevamos esa música. Esa fluctuación insegura que nos precede en desiertos de silencio y guía en la armonía nuestra fuga, la gran armonía de la divergencia pura, el viaje in situ de los solitarios, in situ pero muy lejos de las enormes ciudades de la Horda, al rumor etéreo de la Música de las esferas.
Y nos íbamos engañados, en naves frágiles que nos entregarían a las fauces profundas tras descomunales baquianas en exiguo espacio.

¿Cómo no aprovechar el vino inmediato que brotan en exceso las uvas que se arraciman en el palo mayor de nuestro bote a la deriva? ¿Cómo no aprovecharlo cuando es en ese vino sobrenatural donde flota nuestra nave fantástica? Bebamos amigos y cantemos los arpegios con que danzan nuestros mares ebrios en cuyos lomos se pierde nuestra conciencia en corriente salvaje. Bebamos, dancemos y cantemos en derredor del micrófono ahuyama en polifonía multicolor. El mar se embriaga y se desborda con el vino de sapiencia e ilímite alegría que brota sin cesar del Árbol de la locura.

José Guillermo Molina
El Corazón, Medellín
Última versión: Noviembre 2009