martes, 23 de abril de 2019

Al oído de colosal almejita

SEASHELLS, ALBORAN SHELLS, PANOPEA GLYCIMERIS | Caracoles, Alboran

Era imposible sentirla distante

cuando mi silencio había vaciado en su oído
las gotas de mi amor solitario
la miel de mis dulces instantes
entre su divina cueva calvario

Imposible aceptar que era un tiempo ido
después de haber formado constelación con sus secretos
después de haber compuesto jugada estelar
con las harinas destellantes de nuestras almas locas
en frenética carrera por azares de asuetos

nos hundíamos sin peso
por luminosos abismos del soñar
por la ruta en caracol
hacia el centro lechoso
de nuestro intempestivo amor

Imposible seguir vagando 
sin rumbo cierto 
por tormentosa Galaxia del Carrito
Cuando mi gran hoyo negro
me halaba hacia mi Galaxia Almejita

José Guillermo Molina
Medellín, El Corazón, Villa Mercedes
Abril 23 de 2019: Día del Idioma
En Memoria de Cervantes y León de Greiff

jueves, 18 de abril de 2019

Saltos sin compás


“Esa es la desgracia del corazón: 
a veces tiene lo que no quiere 
y a veces quiere lo que no puede”
                          La esclava blanca

Ese corazón mío, 
loco y disparejo, 
pero lleno de ánimo y de vigores inesperados, 
como corriendo por un campo volcánico, 
lleno de sorpresas, 
un extraño concierto 
lleno de desacuerdos, 
de sorpresas imposibles 
que en nada se compadecen con las armonías frecuentes, 
ni con las repeticiones sempiternas.

Ese corazón, pura vida nueva
que ama perder el compás
y desilusionar al juicio

Es el arte del desatino, 
del latido inesperado, 
del paso falso 
o muy corto o muy largo 
que nunca se acompasará con lo agradable, 
esos latidos guerreros
que sólo coexisten con llantos repentinos y tacos en la garganta. 

Mientras el tiempo dura, 
sólo ocurre lo inarmónico, 
solo vive lo sorpresivo y lo incalculable, 
aunque repita dos o tres pasos, 
al siguiente ocurre  lo incalculable. 
Música de Mozart.  
Discusión en el Olympo.

Ese corazón que siempre salta sin compás, 
impredecible. 
El corazón que busca mi amada virgen irreconciliable,
nunca amiga, 
aliada siempre para la pérdida y el placer impredecible, 
la pequeña muerte a cada paso, 
en cada jugada incalculable. 

La amada virgen 
de la aventura imposible pero siempre real, 
absolutamente próxima, 
como auténtica suerte de un desatinado:
próximo sueño de un mundo hundido

Mi pequeña Virgen de los que no tienen a nadie,
ni saben de códigos
Mi virgen atea que no respeta al Olympo.

Sinfonía 40 de Mozart
Gran manifiesto de rebeldía absoluta, 
capaz de tallar el mapa abstruso
de un perpetuo volcán,
formación en falla programática
falla dinámica 
que siempre molerá lo entero y acabado.



José Guillermo Molina
El Corazón. Villa Mercedes
Abril 19 de 2019

martes, 16 de abril de 2019

HARAPOS GITANOS


poesia vigilante
Vigilaba mi antigua región. Extraños riscos de cobre o bronce y significación olvidada respiraban gigantes, dinosaurios musicales junto a raquíticos glómeros de vida e historia residuales. Eran simplemente los antiguos talleres de artes olvidadas y abandonadas. La mirada desantojada y liviana se diseminaba por sobre los campos combustos,  parchados de trapos al sol y chozas apestadas...se difundía plácida como una ola de moho amarillo, devastadora avalancha de signos oxidados de acción in-significante y se extendía uniforme en capa de danzantes letras venenosas por las asperezas-piel de basaltos acaecidos. Dejarla correr, expandirse por los cuatro confines de la piel-presencia, ¿no podríamos más, a nuestro turno que emitir muerte, veneno y pusilánime hastío purulento? Podría más bien tratarse de una niebla de aurora dejando maitines a su paso, fútiles danzas de fantasmas pasajeros, muy lejos aún de pieles y presencias radiactivas. En las trazas medulares de esa niebla de amanecer cabalgaría mi espíritu fugitivo su incógnito territorio en oración, entre esencias jugando escenas siderales, viejos fantasmas de amanecer. Pronto, muy pronto vibraban campos verdes entre los cuadros del bus popular, el bus al Retiro con los restos aún vivos posiblemente de Mercurio.

Me asustó en algún momento que nada más pudiera salir de mi ojo de luz podrida, de mi piedra de claridad estancada, prisionera. Pues la verdad era que esperaba  volver a gozar íntimos amaneceres de ámbar cristalino, de leche rosa y fresco verde aguamarina. Esperaba poder levantarme con los vapores que enviaran al Éter los muertos que adormilan el Planeta. Yo estaba vivo, pero sentía su febril actividad, su forcejeo perenne a velocidades paralizantes en las entrañas más secretas y agitadas de la vida, en  los más furtivos alvéolos del  pensamiento donde fermenta el futuro, sintetizando los fulgores siguientes, los cantos-celdas que acunarán el viaje universal por las calles del cosmos estallado. Parecían más vivos que yo, pero al margen de toda identidad. A horcajadas de los truenos pájaros gigantes pude vislumbrar y desguazarme entre los radios quebrados del Caos en perenne explosión y agónica palpitación, por alguno de los cuales iríamos a adentrarnos en la Nada y el Nunca más, con todas nuestras luces, ruidos y chichiguas de feria, a modo de traje espacial para protegernos contra la verdad desnuda, contra el horrendo Vacío de espectros en transmateria: la Aventura del Hoyo Denso, o de la Torre de Descensos.



Pude divisar, a la luz de una red de nervios amorosos, las portadas de fósforo por las que cruzaríamos a oscuras, las marañas magnéticas por las que nos abriríamos campo auxiliados por todos los sueños del corazón negro, según constaba en las fórmulas astrales del pacto, con nuestros alardes y pequeñas mañas a modo de piel protectora entre el flujo objetivo y la corrosión purificante de la verdad desnuda, contra el hórrido abismo nervioso de descargas impersonales, del que pendían nuestras significaciones a modo de trapos-sanguijuelas escandalosos. Pues formábamos penosamente una incomprensiva pasta o masa social, una capa elástica de fluído demencial, mal aliento y luz de rata, cuyo influjo pestífero quién sabe qué más afectaba, fuera de la diminuta Tellus. Y esa capa de chicle uniformizante no sólo amortiguaba y envolvía la violencia intensiva de las apariciones, la física mental-espinal del universo, sino que la invertía en sus regímenes de explotación, en sus máquinas anónimas de represión y en sus protocolos de control e imbecilización: la ponía a cargar  códigos, déspotas, capitales, privatizaciones, intimidades, edipos, necesitados, míseros esclavos de harapos everfit, corbatas marca horca, sonrisa suramericana y cáncer en el hígado. Consolaba pensar que este desastre planetario no había alcanzado aún las Altas Esferas, las macroescalas de Titanes, en cuyos anales aún figurábamos como el planeta azul de mares blancos. Nuestro crimen no había alcanzado aún la escala estelar. En verdad la mancha que habíamos provocado aún no la veían los dioses navegantes. Por eso para el gran dios aún no contábamos ni nos tenía fichados. Al menos, eso nos hacían creer desde Cabo Cañaverales.

Pero lo que todos sentíamos, más allá de la angustia de lo irreversible, indicaba la necesidad y la alegría de un eterno retorno de las flores extasiadas. Probablemente la Tierra bola de mágicas estancias, ya nunca dejaría de ser ese Lisiado Epiléptico de aluminio mucus cemento grasa sangre odio libido electricidad y plásticas irritaciones de enanos, que avanzaba a ciegas con sus atmósferas venenosas, sus desequilibrios atómicos, sus  pilas de escombros irreciclables, expulsados del Círculo frecuentado de las existencias expresiones de sustancia única. Y avanzaríamos, con sus temblores y geotropos maniáticos, solazándose en sus vergüenzas mediante niveles inmanentes de humor y regulación, a través del Vacío Escalonado en mechones de relámpagos con que la materia, o la eternidad compone y libera sus harinas dinámicas. Con ella, no dejaríamos de ser ese Bacilo neurótico arrastrándose entre los dioses cosmoperegrinos, befando tronando botando babasespumas a fustazos de Locura Exacta, divirtiendo a los dioses eternidades de armonía con sus danzas geodésicas y sus vividas ecuaciones cónicas.

Pues, ¿Quién podía pisar los tapices ergódicos de los dioses, en su estacionario devenir forzudo, sin cumplir una función en las escenas infernales, sin pagar su precio de degradación a las potencias elementales, sin ser digerido por las paredes intestinales del Afuera? ¡Aunque era sólo eso!

Ariel, el querubín limón brillante, registraba el itinerario trágico de las esquizias y cantaba en pregón inexorable que ir con los dioses implicaba la pérdida de esta dichosa conciencia y la caída en la tornillante sensación de histrión sin masa, atorbellinado, enclavado en un infinito allende nuestras acostumbradas sensibilidades. Dos dichosos trompetazos vagaban como ebrios délficos por entre las inverosímiles colinas de carmín y trigo de pan celeste. Era bien escasa nuestra realidad, apenas un pneumoflujo, cierto humo musical arrastrando consigo fractales asteroides, nobles testimonios fugaces de antiguas y plenas estancias, de piel auténtica y lozana, con todos los sellos de la existencia. Quizás fuera la señal para desenrollar los mapas, ponerlos a acrecentarse, a divagar en sus dimensiones y explayar sus fronteras laterales. Quizás ya nunca volvamos a contemplar nuestra madre-esfera actuada e interpretada por soberbios artistas de orgullosos árboles espinales, de ardor singular inconfundible cuya labor prolífica cuajó en milagrosas joyas de la Gracia, en himnos y señeros acordes que celebraban su paso inconfundible.


José Guillermo Molina
Medellín, 1977

lunes, 15 de abril de 2019

Parálisis

Los chorros del corazón insensato
se habían detenido de repente
Mi cuerpo aterrado al pie de ese monte 
cantaba parálisis de mi relato

Quedaban al desnudo mis versos rocas
expuestos al viento y a los meteoros
mi pávida fuga en páginas cósmicas
mi pueril terror bajo mundanos coros

Agua y fuego jugarían mi alma niña
y escribirían el mágico poema
en tinta de amores y crucial riña
sobre el libro oscuro de siglos en coma

Se habían apagado los géiseres sin tiempo
de mi alegría inagotable hervor sangre?
Vivirían por siempre de su contento
devorando su ración de amante tigre

Molerían mi inercia risas barrocas
en mil pedazos rajarían mis yesos
y echaría a cantar mi alma con mil bocas
dudando feliz entre verbos y besos

romperían la lámina indiferente
que me envolvía en crueles hilos de mundo
para dispararme al indómito frente
en busca de su vientre fecundo

debía pactar con mi loco corazón 
y devolverle sus flujos salvajes 
sus latidos sólo podrían honrar
a la diosa del candente amor

Si aún latía mi redivivo soplo
tras la felicidad sin fondo oscuro
que me daba su leche en sensual templo
a sus pies se astillaría el bloque duro

y en la danzante superficie del mar
vagarían sin forma mis cenizas
vueltas estrellas de su claro mirar
o volviendo a las playas en calizas

buscando con sed médula de hueso
en las jugosas flores de sus selvas
o entre los labios frescos de su sexo
que guardaban con celo oscuras cuevas,

donde cantaban los vientos del cielo 
sus impías canciones de universo
hechas de vidas y muertes en verso
escritas con sangre en su puro velo.

Sólo volverán a danzar mis trajes
cuando ella avale mi brutal calor
y vuelva a besar con ardor de sol
su piel virginal de flores matinales

Las sedas tersas de mi diosa Isis,
en su incesante creación de mundo,
me revelaban, en lo más profundo
de solitaria canción parálisis,

la equivalencia de amor y soledad 
decretada en núcleos de alma, 
la ecuación entre danza e inmovilidad 
que vivía en la música del poema


José Guillermo Molina
Medellín, El Corazón – Villa Mercedes
Abril 15 de 2019

martes, 2 de abril de 2019

Motor de creación

Eran sus labios y sus ojos
su flor de tintes encendidos
fogata pura, miel añeja,
motor infante que nutre mi audacia.

En pos de su ecuación de enigma y gracia
se plantea mi incierto respiro 
mi búsqueda de florecida almeja
tras los muslos que mi pasión aviva.

El sutil trazo de su rebelde risa
sembraba de locura mi tiempo anciano
y me remozaba su aliento-brisa,
sílabas nuevas ardían en su pozo

su frutecida boca dormida en beso
tallaba del amor nueva palabra,
y sinsentido del más puro arcano
perfilaba mágico abracadabra

conducía mi inspiración creadora
al rico éxtasis cual miel huidizo
a la nueva luz de eternal aurora
que colmaba de canción y hechizo

las páginas blancas del gran abismo.
Miel etérea de su seno eximio
llenaba con su virginal poema 
mis amantes pieles de erial exiguo,

enviaba al cielo mi corazón antiguo
y sembraba de flores mi delirio.
Con sus besos me convertía en libro
que guardaba del alma mi martirio


José Guillermo Molina
Medellín, El Corazón, Villa Mercedes
Abril 2 de 2019