sábado, 22 de septiembre de 2018

Dedos de lluvia

Los dedos de ancianas lluvias
Sembraban profundo las sedientas raíces
Tocaban al piano de piedras contentas,
Piel de antiguos países, 
gozosos con sus raras visitas.
Las duras esferas diamantinas
cariciaban con severas gubias
las peludas praderas atentas.

Con la fuerza de un Beethoven, un Brahms
Y la dulzura contenida de un Chopin,
Tocaban al tambor en la noche profunda
Invocaban al Vigía Tiempo,
Despertaban al febril Pensar
Las mejillas encendidas de las rosas
Y orientaban al Cielo de tumbas,
En radiales que el diamante alumbra,
flechas frescas del verde perfumar 
Que alentaba entre fibras de hierbas.

Los dedos de la lluvia
Forzudos y crispados
     Inconsútil  pianista al improviso
Torcían al infinito
El cuello del huracán

Se deshacían en gotas
de secos cristales
y sonaban
          cantarinas
          rotundas
          enfáticas
tintineando una gratia ligera
          a lomo de cellos
          y graves relieves,
bohemia en escala de grises
celebraban felices
los cristales infantiles …

En sutil sonatina
estallaban las gotas
sobre las lajas musgosas del antiguo castillo
y tocaban los tambores de la noche rigurosa
          de esa noche tan mía
          hecha flor oscura
          de seda vacía
puro abrazo de extraser
que en su propio cáliz alucina
con los sueños ásperos de la tierra dura

en viaje abstracto de extranúcleo
a los cielos vagos empíreos
de cualquier salvaje duramáter
cuerpo neto del gozo epicúreo.

Entre música de cristales
         mútilas notas
                raras,  rotas
arroyos de bajos y multitudes
procesiones de rodados cantos
                en arenales
cruzábamos en sueños
los límites azúleos de Aquerontes
para hundirnos en paisajes anónimos 
de cerebrales montes
en sepias y grises
habitados por las furias y prisas
de instantes atónitos,
cuajados al margen de los astros.


              Con la dama de los crudos pensamientos
              Hecha aire y viento y furia,
              la Diosa Virgen de las brisas
grabada en sutil esquema de los vientos
cuyo canto consolaba a los sin nadie
que adornaban las montañas del silencio.

Los dedos de la lluvia
llevaban a lo hondo
los rizomas atentos
a hundirse en los vientres
dadivosos de la virgen nuria,
la tierra Madre obscura.

Y era dulce,
entre la tierna negrura
sentir algo de ser,
el puro contento
colores y tonadas de aventura
en prisión de sangre y piel 
               de linfa y tiempo, 
guardados en alma de espora.

Desde nubes de eventos,
como míticas aves
de precelestiales limbos,
distribuidas en bandas piratas
         extraviadas naves
         y fantasmáticas siluetas
de antiguas armaduras,
se erguían colosales dedos de lluvia,
dejando perfectos restos
en marejadas  de arquetipos.

Siempre se leía algún poema
de ozono, granizo y viento
entre los restos dispersos
que componían lo santo,
en volátiles himnos versos,
resonancia de antiguo adagio,
o en caracteres arcanos,
cabalístico sintagma,
cifrado enloquecido canto
del libro del gran naufragio.

José Guillermo Molina
En compañía de su Musa
Año 2009
Septiembre 22 de 2018

jueves, 6 de septiembre de 2018

Rebotes contra senos de miel



Rebotaba  en el piso
contra piedras, polvo e ignorancia
desatando crudo remolino
y ascendía en busca de suave caricia

                         en busca de la seda y de las claves
                         del dulce encarnado de la fresa
                         que vivía entre sus labios verticales
                                piratas negras naves    
                         y mantenían mi alma presa
                                entre sus amorosas tenazas

en perpetuo vuelo de sitibundia
escanciando los vinos de la dicha
que brotaban sus ojos de iracundia
templados al frío en celeste lucha

ascendía en espirales de Leticia
desde el mundano fondo de mis abrojos
y me colaba entre sus águilas de milicia
hundiéndome en el abismo de sus ojos

tras sus pezones salvajes meteoros rosa
que orientaban en su búsqueda de leche
a los Perdidos pero siempre trás su diosa,
a los perdidos hijos de la regia noche

Persistiendo en la ruta de sus muertos
trás su enhiesta y tenue musa
que guardaba sus rutas de desiertos
y llenaba de sentido y ciencia infusa

las calles de delirios de sus lares;
en su dulzura maduraban sus terrones
y se enmielaban sus lóbregos pesares
vueltos arrobada succión de sus pezones

Jose Guillermo Molina
Rionegro, septiembre 6 de 2018