lunes, 19 de septiembre de 2011

Esos grillos - Concierto Infinitesimal


Overtura en la Pradera


Esos grillos, en continuo vagaroso
cantaban con la voz en si menor
de ancestros y  tiempos idos,
con voz de anónimo juglar,
melodioso tenor,
de mismidad trivial
y diferencia en flor
en flujo de actualización incontenible:
el eco perenne de singular pozo.

Violines, flautines y trompetines
trenzaban sotto voce sus arcanos,
desde mullidas caras de espesura
en el aire esencial de  los veranos,
al son del ocaso
en bóveda de bermejas carnes,
saturado de azahares y jazmines,
de coros de tambores exánimes
y voluptuosos preludios de luna
reptando a ciegas insomnes
por la grama de lana oscura
para componer en la lechosa colina,
al cuidado de las rocas iluminadas,
la sinfonía múltiple en Do menor  unánime
que levitaba en la noche como poema vivo,
cuerpo abstracto del éxtasis eterno.
           
           

Representación en Alef de susurros


Esos grillos persistían en su transónico grito
y las invisibles ateridas cantaritas
urdían cristalino son en microsoprano
zumbaban en el aire de encantado carisma
similando el flujo mismo en llovizna
de los átomos en paralelas cintas
el eterno fluir de las fértiles cenizas
por las formas cóncavo-convexas
de cuerpos, paredes y grietas
en frescos rizomas de lo abierto.

La procesión de los átomos invisibles
que funda el pasmoso aparecer del universo
contra los fondos infinitos de lo vacuo:
su presencia hosca de fauno en celo
ante las arcas y altares
de ofrendas sin cuento
que tributaban en agitados carnavales
las menudas hordas del reverso.

Esos grillos cantaban por los átomos,
divulgaban a todos los vientos
la gloria de sus continuos quehaceres;
sus minúsculas cuitas de praderas,
acompañaban en continuum de mínimos matices
las múltiples vulcánicas tareas de los elementos
sus dionisíacas simbióticas danzas,
sus anómalas bodas contranatura
en hornos de cuánticos deslices
y prodigiosas coherencias,
sus sórdidas cántigas
de labios cárdenos en estremecida ternura.

Los labios ateridos de los grillos en la noche
entonaban la sonata de enloquecidos sones
que cantaban en silencio los átomos navegantes,
preparando los próximos nacimientos.

Leyendas


Contaban que, embargados en su misma ausencia,
construían las grandes pirámides de la materia
construían monumentos
a partir de su esencial anonimato.
Sellaban su carrera con su falta,
coronaban las esencias con su fuga
de regreso sin par al coro elemental.
Aguaceros, ciclones y tormentas
ponían todo de vuelta al mineral,
a libertarias polvaredas sin desierto.

Se huía en humareda
por la piel de atónitas rocas
en devenires animales.

Contaban que, al desviarse de su procesión en paralelo,
al clinarse en infinitésimos unitarios
en su caída por algún cielo horizontal,
se enredaban unos con otros en amores,
trabando cuerpos de sombra, astros,
nudos arbitrarios
de derechos y deberes
que yacerían en visibles panteones
todo el tiempo que tardara ese amor de asteroides
en diluirse y perderse por las simas de los cantones;

fluían entonces por preciosas ecuaciones,
las más veces por helicoides
y variadas espirales de alabastro
caracoles nacarados, visiones
apenas en restos y pátinas
de algún olvidado cráter,
baños de mar y hoscas penumbras
e intensos viajes al transfinito
por las cuevas y estrechos sin sombras
de mística traslúcida Transmáter.

Juglares y devenires


Esos grillos chicharras y cantaritas,
Huéspedes anónimos de lunáticas espesuras,
esos seres infinitesimales que vivían para el canto
tapizaban de himnos y rezos
el cuerpo de la tierra navegante,
su aura azul vibrátil en los mapas celestiales.

Esos grillos, violines y florituras,
esos hondos cantares en capas de silencio
que se hundían en las noches minerales
al ascenso en cielo en cinta
de la luna virgen sin mixturas,
rósea luz del éxtasis y el sueño de las fieras,

de los montes y de las piedras nudas,

el profundo cielo sumido en espasmo y suspenso
y el prado azul obscuro
en paz con sus devenires y meteorias.

Sus voces en continuum de joyas
pregón en vivo de las cuitas internales
de los dioses atómicos que sostenían la existencia:

las caras pétreas o pétalas o pátinas del afuera
incubadas en los cálidos nidos de la leyenda
a medio camino siempre entre el átomo y el cuerpo.

Sus voces en coro de filigrana
sembraban peluzas erizos
en la piel foránea del instante,

La piel más externa se encendía
en el ropaje de la última luz
sobre la desnudez obscena
de la noche llena e impía, inminente
y la endrina quietud
la nada silenciosa de la gehena
que se cuajaba contundente
en inefable delicia
entre los apuntes cerebrales
de esa música azul
que en gélidos diamantes
describía rumorosas cascadas de beatitud.

Esos grillos operaban en el seno
de las múltiples concavidades y vértigos y pliegues del alma
... esos tiernos obreros de las sombras
y artífices incansables del éxtasis y el silencio...
en pozo de música magnífica
se poblaba la noche de luciérnagas...
tornaban la comba en sancta sanctorum
de la noche azul demencia
cuajada  en crema de luna
y brillando con perlado brillo de inocencia. 

Estrellas o sueños
brumosos testigos de nuestro
palpitar contingente en la cuenca de la calma
y el intermitente infinito.