Overtura en la Pradera
Esos
grillos, en continuo vagaroso
cantaban
con la voz en si menor
de
ancestros y tiempos idos,
con voz
de anónimo juglar,
melodioso tenor,
de
mismidad trivial
y diferencia en flor
en flujo de actualización incontenible:
el eco perenne de singular pozo.
Violines,
flautines y trompetines
trenzaban
sotto voce sus arcanos,
desde
mullidas caras de espesura
en el aire esencial de los veranos,
al son del ocaso
en bóveda de bermejas carnes,
saturado de azahares y jazmines,
de coros de tambores exánimes
y voluptuosos preludios de luna
reptando
a ciegas insomnes
por la
grama de lana oscura
para
componer en la lechosa colina,
al
cuidado de las rocas iluminadas,
la
sinfonía múltiple en Do menor unánime
que
levitaba en la noche como poema vivo,
cuerpo
abstracto del éxtasis eterno.
Representación
en Alef de susurros
Esos grillos persistían en su transónico grito
y las invisibles ateridas cantaritas
urdían cristalino son en microsoprano
zumbaban en el aire de encantado carisma
similando el flujo mismo en llovizna
de los átomos en paralelas cintas
el eterno fluir de las fértiles cenizas
por las formas cóncavo-convexas
de cuerpos, paredes y grietas
en frescos rizomas de lo abierto.
La procesión de los átomos invisibles
que funda el pasmoso aparecer del universo
contra los fondos infinitos de lo vacuo:
su presencia hosca de fauno en celo
ante las arcas y altares
de ofrendas sin cuento
que tributaban en agitados carnavales
las menudas hordas del reverso.
Esos
grillos cantaban por los átomos,
divulgaban
a todos los vientos
la
gloria de sus continuos quehaceres;
sus
minúsculas cuitas de praderas,
acompañaban
en continuum de mínimos matices
las múltiples vulcánicas tareas de los elementos
sus dionisíacas simbióticas danzas,
sus anómalas bodas contranatura
en hornos de cuánticos deslices
y prodigiosas coherencias,
sus sórdidas cántigas
de labios cárdenos en estremecida ternura.
Los
labios ateridos de los grillos en la noche
entonaban
la sonata de enloquecidos sones
que
cantaban en silencio los átomos navegantes,
preparando los próximos nacimientos.
preparando los próximos nacimientos.
Leyendas
Contaban que, embargados en su misma ausencia,
construían las grandes pirámides de la materia
construían monumentos
a partir de su esencial anonimato.
Sellaban su carrera con su falta,
coronaban las esencias con su fuga
de regreso sin par al coro elemental.
Aguaceros, ciclones y tormentas
ponían todo de vuelta al mineral,
a libertarias polvaredas sin desierto.
Se huía en humareda
por la piel de atónitas rocas
en devenires animales.
Contaban que, al desviarse de su procesión en paralelo,
al clinarse en infinitésimos unitarios
en su caída por algún cielo horizontal,
se enredaban unos con otros en amores,
trabando cuerpos de sombra, astros,
nudos arbitrarios
de derechos y deberes
que yacerían en visibles panteones
todo el tiempo que tardara ese amor de asteroides
en diluirse y perderse por las simas de los cantones;
fluían entonces por preciosas ecuaciones,
las más veces por helicoides
y variadas espirales de alabastro
caracoles nacarados, visiones
apenas en restos y pátinas
de algún olvidado cráter,
baños de mar y hoscas penumbras
e intensos viajes al transfinito
por las cuevas y estrechos sin sombras
de mística traslúcida Transmáter.
Juglares y
devenires
Esos
grillos chicharras y cantaritas,
Huéspedes
anónimos de lunáticas espesuras,
esos seres
infinitesimales que vivían para el canto
tapizaban
de himnos y rezos
el
cuerpo de la tierra navegante,
su aura
azul vibrátil en los mapas celestiales.
Esos grillos, violines y florituras,
esos hondos cantares en capas de silencio
que se hundían en las noches minerales
al ascenso en cielo en cinta
de la luna virgen sin mixturas,
rósea luz del éxtasis y el sueño de las fieras,
de
los montes y de las piedras nudas,
el profundo cielo sumido en espasmo y suspenso
y el prado azul obscuro
en paz con sus devenires y meteorias.
Sus voces en continuum de joyas
pregón en vivo de las cuitas internales
de los dioses atómicos que sostenían la existencia:
las caras pétreas o pétalas o pátinas del afuera
incubadas en los cálidos nidos de la leyenda
a medio camino siempre entre el átomo y el cuerpo.
Sus voces en coro de filigrana
sembraban peluzas erizos
en la piel foránea del instante,
La piel más externa se encendía
en el ropaje de la última luz
sobre la desnudez obscena
de la noche llena e impía, inminente
y la endrina quietud
la nada silenciosa de la gehena
que se cuajaba contundente
en inefable delicia
entre los apuntes cerebrales
de esa música azul
que en gélidos diamantes
describía rumorosas cascadas de beatitud.
Esos grillos
operaban en el seno
de las
múltiples concavidades y vértigos y pliegues del alma
... esos
tiernos obreros de las sombras
y
artífices incansables del éxtasis y el silencio...
en pozo de música magnífica
se poblaba la noche de luciérnagas...
tornaban
la comba en sancta sanctorum
de la
noche azul demencia
cuajada
en crema de luna
y brillando con perlado brillo de inocencia.
Estrellas o sueños
brumosos testigos de nuestro
palpitar contingente en la cuenca de la calma
y el intermitente infinito.