En ese camino
de curtidas cepas
de nudos estratos en rosa amarillo
en rubicundos cristales de otro tiempo
resonaban con viva fuerza los gritos
voces y susurros de viejos arrieros
sin cultura ni mesura estetas,
de alados duendes de antigua Antioquia
con sus cantos y lozanas coplas
sus pujas, sus luchas
con serpientes ancestrales tretas
y seculares brujas
probando la fuerza de toda reliquia
Hechiceras, dánaes, sirenas
esperándolos en rubias peñas,
en
oscuros vericuetos de sorda espelunca
o de suprema deliquia
cerros cubiertos de sietecueros
y
amarrabollos en escarlata
o setos de ensueño
envueltos en cuidadosa batatilla
corredores en los altos
tapizados de violeta
y princesas agarenas
a la regia divisa de dorados ocasos
guardados en el insondable silencio
del majestuso búho de los páramos
atento a la llegada de la
noche
y garante de su dominio
excelso
entraban al templo de sándalos
de columnas infinitas
y guiados por centenas de luciérnagas
encendían en
ofrenda
a los renegridos
cielos
la dicha sin par de sus fogatas
el carmín de cerebrales cuitas
volcán de locuras en derroche.
Deslizaban luna de corales
o fimbria de estrellas vagabundas
entre las dos y las añejas tres,
Orión con sus musas y sus Canes
entre las tres y las cuatro,
mientras arriaban sus recuas de mulas
y las arrastraban al amanecer
sus férvidos cantos y silbatos
entrenados en bambucos
que añoraban sus mozas salvajes
durmientes en pueblos tropicales
al son de chicharras taciturnas.
En la noche aún de mieles y jazmines
se cobijaban porfiados
en nieblas del gayo junio
y penetraban sutil mañana
bañada en las fragancias del plenilunio
que cuidaban en cofres de nácar
múltiples magos Merlines
expertos en ir de caravana
con ociosos vagabundos alelados
y
azul mediodía en paz gozar,
a resguardo del tiempo y sus espías
que en cantiles de huesos cruel fluía.