Las piedras tienen vida,
son costras,
entumecidas pieles a la deriva
de vidas persistentes,
guardianas de las fuentes
do preciosas cifras fulguran,
mientras un nuevo héroe en caracol
rememora adagios de canciones
nuestras
sinfonías remotas del antiguo sol,
esculpidas en etéreas partituras.
Piedras
limpias y virginales
serán nuestras vidas futuras,
lápidas
inminentes
del ensueño
y del letargo azul,
altar del
gran rito
donde se
juega sin cesar
el perpetuo
azar
de
existencia en grito,
de
existencia en redes
de
cristales fijos
con
movimientos nimios
en
hipotéticos vergeles.
Las piedras
amorosas
guardianas
netas
tan
tranquilas,
tan eternas
de
auténticas líquidas escrituras
capaces de
toda potencia de varianza
grababan el
testamento en cifras
del gran
pasado de migrantes almas‑nombres
que
componían en meteoria
su
vacilante paso imperceptible.
Las piedras
son antepasados
Que han
visitado más de cuarenta
veces los
altos hornos
del macma
justiciero;
las piedras
son nuestros sellos purificados,
perdurables
adornos,
imborrables
estigmas que nos distinguen
y nos
enumeran sin posible cuenta
en el viaje
certero
a profundas
superficies de soles interiores
insalvables,
inevitables
que nos devuelven
a corrientes paralelas:
pasar por
los hornos
era vivir
la absoluta individuación
el cuerpo
absoluto en acuarelas
de vetas
puras, primigenias
sin
órganos, sin pactos
la única
experiencia del átomo en cocción
bordeando
en dorados contornos
sus centros
vacíos
donde
imperaban microdelirios
que anudaban el sentido
y también
la pérdida de todo juicio.
Nuestra
triste miente‑mente que olvida
en seguida
y traiciona
y delira
y quema en
honor a las piras
del inmenso
cosmos que en silencio llora:
¿Cuánto más
duraría el viaje,
la sinfín
errancia
sin el
debido traje?
¿Cuánto más?
¡Cuánto más,
Usargot,
Cuánto más
viajáramos por la eterna esfera!
¡Tanto más
cerca de aquesa mujer de Lot!
En éxtasis de piedra
O congelada
cera,
¿Cuánto más
se extendería esta transmutancia
entre
harapos sin nombre,
loca saga
entre girones de alma
cuyo
mutismo a nadie enamora,
ni en piel
de mundo alucina
sino tan
sólo entre infiernos y vacíos involuciona?
¿Cuándo al fin vestiremos
el sayal austero,
de
preciosos cristales altaneros,
el sayal de acero
en lámina templada,
o el cifrado sello fósil
para
atravesar las atmósferas de hielo
en busca de
amante en huida
o la buhída
amada
en nocturno
vuelo?
O lisas y pulidas
brillantes cornubianas,
amantes de las aguas rumorosas
de sus
coros de gotas
y caricias
de láminas en lenguas
de los
vientos con sus prisas y sus quejas
sus sacos de
palabras de mensaje único:
Después de
los fuegos
e inauditas
presiones
de sus
metamorfias circulantes
por magmas y volcanes,
sólo les
hablaban,
los
vientos, las aguas de cielos
los aromas de
vegetales almas
del milagroso
paso inevitable
con el que
aún brillaban efímeras,
de flores y
leteas canciones,
las vagarosas
praderas
que
palpitaban de sueño y añoranza
Amantes del silencio espléndido que
las aplanaba
en altares
impenetrables,
en el seno de un tiempo primordial
en éxtasis
bendito
desgranando rosarios de instantes
que le tejían a la tierra un manto de
oraciones
un cuerpo difuso
levitante
lito
de vacíos y ausencias
en gran himno colosal
que entonarían en coro las mujeres de
sal.
José Guillermo Molina
Medellín, El Corazón
Julio 20-24, Agosto de 2008