martes, 3 de marzo de 2020

Felicidad en presente y pasado: brillos de la grieta



Ser feliz es puro presente.
Es existir plenamente. 
Pero el depósito del que sale
lo que nos hace felices
es el pasado: 
Nuestros pasados momentos de felicidad
se guardan como brasas
que mantienen el calor de nuestro aliento,
o se preparan para sumergirse
en ese gran almacén de la memoria.

Ser feliz pues,
como el conocer y la conciencia,
supone dolor de finitud 
o porque es una felicidad antigua
o porque es un placer que pasará.
Pero ya como pasado o fugaz presente,
tales gozos constituyen 
el motor de nuestra vida
nuestra condición de persistencia,
son el fogón que nos irradia el ánimo.

Es la felicidad remanente
que se vuelve  pozo y mar
donde navega de continuo
nuestro corazón viajero
casi siempre con insignias de pirata
o perdidas todas las credenciales
en botes estables
o en frágiles chalupas
entre rocas y cascadas
que nos dejan en geológico naufragio
sacando a flote los duros estratos
o los suaves arenarios.

O llegar a playas abandonadas
donde algún día o noche
gozamos del abrazo y de la luna
y ahora son mudos testigos
de nuestra orfandad.
Segmentos de dolor profundo
alternan con tramos de paraíso
en la gestión de nuestra beatitud
estremecido abrazo y gélida soledad
componen nuestra fortuna.

Así que ser feliz
no es llegar a ningún puerto,
ni alcanzar objetivo alguno,
Es navegar, chocar,
descubrir nuevos paisajes
en camino de salvaje erosión,
sentir quebrarse el alma
y brillos aún no reconocidos
en los quiebres y astillas
de la perpetua grieta.
¿Consistirá la nuestra beatitud
en el ilímite proceso de agrietarse?

Esa grieta siempre activa
de bordes encarnados
loco sexo florecido
por donde sin cesar repunta la vida,
la impersonal maleza de los prados
el himno perenne del forajido
buscando en la simple virtud
el calor hogareño

José Guillermo Molina
Medellín, El Corazón, FInca Villa Mercedes
Marzo 3 de 2020

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