Los dedos de la lluvia
Sembraban profundo las sedientas raíces
Tocaban al piano de piedras contentas,
Piel de antiguos países.
Acariciaban con severas gubias
las peludas praderas atentas.
Con la fuerza de un Beethoven, un Brahms
Y la dulzura contenida de un Chopin,
Tocaban al tambor en la noche profunda
Traían al Tiempo
Despertaban al febril pensar
Las mejillas encendidas de las rosas
Y orientaban al Cielo
En radiales que el diamante alumbra
Las flechas frescas del perfume verde
Que alentaba entre las fibras de las hierbas.
Los dedos de la lluvia
Forzudos y crispados
Inconsútil pianista
al improviso
Torcían al infinito
El cuello del huracán
Se deshacían en gotas
de secos cristales
y sonaban
cantarinas
rotundas
enfáticas
tintineando una gratia ligera
a lomo de cellos
y graves relieves,
bohemia en escala de grises
celebraban felices
los infantes cristales erectos…
En sutil sonatina
estallaban las gotas
sobre las lajas musgosas del antiguo castillo
y tocaban tambores de noche rigurosa
de esa noche tan mía,
hecha flor oscura
de seda vacía,
puro abrazo de extraser,
que en su propio cáliz alucina
con los sueños ásperos de la tierra dura.
En viaje abstracto de extranúcleo,
a vagos cielos empíreos
de cualquier fiera duramáter
o de extraviados arenales
cuerpo neto del gozo epicúreo,
destinaban sus sones de hielo.
Entre música de cristales
mútilas notas
leyendas rotas
arroyos de vórtices y creontes
procesiones de rodados cantos
cruzábamos en sueños los mojones,
azúleos límites de Aquerontes,
para habitar parajes anónimos,
de cerebrales montes
en los sepias y grises
poseídos por las furias y prisas
de divinos instantes atónitos.
Con la dama de los crudos pensamientos
Hecha aire y viento y brisas.
Los dedos de la lluvia
llevaban a lo hondo
los rizomas atentos
a hundirse en los vientres
dadivosos de la virgen furia,
la dulce tierra obscura.
Y el amor de finos dientes
entre la tierna negrura
imprimía el poco de ser,
el puro contento,
colores y tonadas de aventura
en prisión de sangre y piel y tiempo.
Desde nubes de eventos,
como míticas aves
de precelestiales limbos,
distribuidas en discontinuas
extraviadas naves
y fantasmáticas siluetas
de antiguas armaduras,
se erguían colosales dedos de lluvia,
dejando perfectos restos
en marejadas de
arquetipos.
Siempre se leía algún poema
de ozono, granizo y viento
entre los restos dispersos
que componían lo santo,
en volátiles arpegios
resonancia de antiguos pozos
o en caracteres arcanos
del libro del gran naufragio.
José Guillermo Molina
En compañía de su Musa
Año 2009 y mayo 21 de 2012
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