domingo, 29 de julio de 2018

Amanecer en luz feliz


Amanecía con árboles nerviosos
al arbitrio tibio del eolo
o al toque de impávido capricho
que redoblaban pájaros azarosos.

Nuevas hojas rozaban en azules danzas
los bordes del místico subsilencio
que por el espacio del viaje
iba entonando luz quijote entre sus lanzas:
su pertinaz éxtasis feérico
desgarrando el sobrio ropaje
de las sombras con su flamígero vértigo
al gozarse en levitante agitatto
su primera luz-demencia
entonada por el espíritu de la leyenda.

Un duende alimurciélago,
persistente actor nocturno,
en nombre del gran pasado
guardado aún en sutil penumbra,
decidía los bordes de armiño,
filos en oro de la potencia
por do echaría natura
en cascadas de arenarias
letras insensatas
los dados del azar impoluto,

sus cuerpos, su brillo,
sus dardos de luz contundente,
de mezcla candente;
sus nombres de sueño
esparcían risas sin peso
colores de fresco niño
leves tonos de gloria
desliz meteoria,
testigos hechizo
del fosco y rizado tormento.

Sus ansias pujas de vivo volcán
animaban cansado armamento
del anciano mundo en hondo peán;
sus ansias de luz recién nacida
que abren campo de  reyes
a esas hojas inocentes
estrenando los bordes del viento
a la danza al delirio y la vida

se trenzaban en claroscuro
con el canto y la modorra
los códigos y las modas
de un mundo gris lerdo
hecho de golpes caricias
versos aleluyas
licuados por airados truenos

de un mundo que ama su gratis,
su perpetua danza en el desierto,
do rebrota formas armonía,
y al cerebral amaño de cenizas,
de febriles ecuaciones
que lloran vino de fiesta,
les hacen olvidar sus núcleos de fuerza
en el seno de Gran Mezcla.

Y, al entrar en este olvido,
navegaban sus esencias,
y leían las hojas de sus pliegues
poseídos en corales dionisíacos
y enhebrados con los cables
de cuerpos que les tejían las sustancias.

Al amaño de los vientos
o al sonar de los caprichos,
un duende ajeno a provechos y formalismos
tejía, con notas y cielos,
la música de alados genios
suspendidos con urgencia
al bordo del agua que amaba los abismos,
temblorosa en perla de pálpitos y besos.

Esa fuga marcaba caminos
por do marchaba la pléyade de núcleos,
desde el plácido rocío
que estremecía nacimientos
hasta el vórtice de la tormenta,
azul hervor de furias y raptos.

Duro nudo de cantos espurios:
su cuerpo, ardida torre de saltos
en franjas como selvas de ausencia.
Temblorosas gotas,
   estalladas en pujante mapa:
voces solitarias, móviles rutas
empuñando mundo y diferencia,
sola referencia que el instante atrapa.

Y tras el instante, los coros multiarmónicos del gran tiempo,
Pneumática del más puro silencio
que cincela dentro del pensar
su intrínseco límite fulgurante.

Voces solitarias componían la canción rota,
filosóficos soplos sellados en pieles desnudas
pieles rizomáticas de incorpórea telaraña
que desde la mañana al acecho
y entre noche de poemas y maraña
entonan sin cesar himnos y áreas,
entre cañones de rocas huesudas
tallados por los vientos, las aguas, las iras,

retajados en pliegues y grutas
de brutales diseños en gritos
que fosforecían a vuelo de relámpago
guardado el canto en la medula de fuego
que hervía en los huesos
de aquestas bizarras armaduras:
puro grito sin verbo
en atroces timbres de metales,
con única hermana en aguas de cataratas
cuyos ecos removían los cuajos de tiempo vivo.

Era el fresco y verdeante clamor
Que azotaba en su esencia las faldas del olvido,
La música vegetal del incesante diferir
Vaciaba en fragante extraser
Y floreciente gracia
Los sordos y ciegos volúmenes
Que fuera de sí habían amanecido
En estrato radiante
De exquisita movilidad
y nomadismo geosófico.

Amanecía con árboles dormidos
al amaño de unos vientos en sonata
o al desgarrado toque de cantata
despuntada por pájaros idus
preludiando serenos caminos
y perfumado andante en la floresta.
Sonaban por doquier ingenuos secretos
en amplio rumor de asordinada orquesta.



José Guillermo Molina
Poema base de 1992 en Barranquilla
Desarrollos en 2007 y 2012
El Corazón, Medellín, 2018

viernes, 20 de julio de 2018

Las Estrellas hijas de la Luna

Las estrellas diminutas 
eran hijas de la luna
de los inmensos senos de la luna madre
eran su leche y su silencio levitante
eran sus besos arrozudos de amor gratuito

Las pequeñas estrellas niñas
de luces amantes 
y embaidoras mieles nocturnales
promulgaban con los grillos de la noche
su herencia de ternura inagotable

Resultado de imagen para noche estrellada



















Regaban por doquier su risa
y callada dulzura
dispersaban su leche de prodigio
en serena balsámica brisa
y al alma sumían en divina locura

Resultado de imagen para noche estrellada

Dispersaban por todo resquicio
sus bohemios nidos de amor celeste
y sobre los pueblos dormidos
caía en alimento sabio
esa niebla de sueños bondadosos

que se tejía entre las selvas
con la pluma febril del gran genio
y se cuajaba en luces violetas 
de inaudibles arpegios
en que cantaban las lechosas esferas.

La luna madre bañaba en música mística
con su manto de soplos alucinados
la piel entera de la noche eterna
y en lo hondo del gran océano
se cuajaba la nueva sangre del mundo.

José Guillermo Molina
El Corazón, Medellín
Julio 20 de 2018





jueves, 5 de julio de 2018

Por sus ojos alumbraba el paraíso

Aunque hacía tiempo era algo perdido
sus ojos de niña amazona
traían de nuevo el Paraíso
volvían actual la divina presencia de la gracia
la fuerza inmensurable de la Inocencia

sus ojos sensuales
de fuego primitivo
fundaban en cualquier camino salvaje
la dicha infinita con sus besos de ignotas mieles
y su porte fino y altivo

los faros de sus ojos estivales 
quemaban en idiosia
la inútil academia
y derretían en rutina 
los oficios infernales

los faros de sus piratas ojos 
se encendían al fragor intenso
de amores prohibidos
urdidos con tiernos despojos
que a la playa arrojaba el mar inmenso

sus ojos expertos en crueles abordajes
y el látigo de su lengua
culpable de sangrientos motines
en que se alzaban púrpuras de gozo
los antiguos ángeles caídos

siempre eran sus ojos de esfinge niña
los que presidían la entrada al único paraíso
así fuera su lengua tan dulce orquídea
en las saladas tempestades del océano
que levantaban sus pezones altaneros.

José Guillermo Molina Vélez
Santa Marta
Julio 5 de 2018