Amanecía con árboles nerviosos
al
arbitrio tibio del eolo
o al
toque de impávido capricho
que
redoblaban pájaros azarosos.
Nuevas hojas rozaban en azules danzas
los
bordes del místico subsilencio
que por
el espacio del viaje
iba
entonando luz quijote entre sus lanzas:
su pertinaz
éxtasis feérico
desgarrando
el sobrio ropaje
de
las sombras con su flamígero vértigo
al
gozarse en levitante agitatto
su
primera luz-demencia
entonada
por el espíritu de la leyenda.
Un duende alimurciélago,
persistente
actor nocturno,
en nombre del gran pasado
guardado
aún en sutil penumbra,
decidía
los bordes de armiño,
filos
en oro de la potencia
por
do echaría natura
en
cascadas de arenarias
letras
insensatas
los
dados del azar impoluto,
sus
cuerpos, su brillo,
sus
dardos de luz contundente,
de
mezcla candente;
sus nombres de sueño
esparcían risas sin peso
colores de fresco niño
leves tonos de gloria
desliz meteoria,
testigos hechizo
del fosco y rizado tormento.
Sus
ansias pujas de vivo volcán
animaban
cansado armamento
del
anciano mundo en hondo peán;
sus
ansias de luz recién nacida
que
abren campo de reyes
a esas hojas inocentes
estrenando los bordes del viento
a la danza al delirio y la vida
se
trenzaban en claroscuro
con
el canto y la modorra
los
códigos y las modas
de
un mundo gris lerdo
hecho
de golpes caricias
versos
aleluyas
licuados
por airados truenos
de un mundo que ama su gratis,
su perpetua danza en el desierto,
do rebrota formas armonía,
y al
cerebral amaño de cenizas,
de febriles ecuaciones
que lloran vino de fiesta,
les
hacen olvidar sus núcleos de fuerza
en
el seno de Gran Mezcla.
Y, al entrar en este olvido,
navegaban sus esencias,
y leían las hojas de sus pliegues
poseídos en corales dionisíacos
y enhebrados con los cables
de cuerpos que les tejían las sustancias.
Al amaño de los vientos
o al sonar de los caprichos,
un duende ajeno a provechos y formalismos
tejía, con notas y cielos,
la música de alados genios
suspendidos con urgencia
al bordo del agua que amaba los abismos,
temblorosa en perla de pálpitos y besos.
Esa
fuga marcaba caminos
por
do marchaba la pléyade de núcleos,
desde
el plácido rocío
que
estremecía nacimientos
hasta
el vórtice de la tormenta,
azul
hervor de furias y raptos.
Duro nudo de cantos espurios:
su cuerpo, ardida torre de saltos
en franjas como selvas de ausencia.
Temblorosas gotas,
estalladas en pujante mapa:
voces solitarias, móviles rutas
empuñando mundo y diferencia,
sola referencia que el instante atrapa.
Y
tras el instante, los coros multiarmónicos del gran tiempo,
Pneumática
del más puro silencio
que
cincela dentro del pensar
su intrínseco
límite fulgurante.
Voces solitarias componían la canción rota,
filosóficos soplos sellados en pieles
desnudas
pieles rizomáticas de incorpórea telaraña
que desde la mañana al acecho
y entre noche de poemas y maraña
entonan sin cesar himnos y áreas,
entre cañones de rocas huesudas
tallados por los vientos, las aguas, las
iras,
retajados en pliegues y grutas
de brutales diseños en gritos
que fosforecían a vuelo de relámpago
guardado el canto en la medula de fuego
que hervía en los huesos
de aquestas bizarras armaduras:
puro grito sin verbo
en atroces timbres de metales,
con única hermana en aguas de cataratas
cuyos ecos removían los cuajos de tiempo
vivo.
Era el fresco y verdeante clamor
Que azotaba en su esencia las faldas del
olvido,
La música vegetal del incesante diferir
Vaciaba en fragante extraser
Y floreciente gracia
Los sordos y ciegos volúmenes
Que fuera de sí habían amanecido
En estrato radiante
De exquisita movilidad
y nomadismo geosófico.
Amanecía con árboles dormidos
al
amaño de unos vientos en sonata
o al
desgarrado toque de cantata
despuntada
por pájaros idus
preludiando
serenos caminos
y
perfumado andante en la floresta.
Sonaban
por doquier ingenuos secretos
en
amplio rumor de asordinada orquesta.
José Guillermo Molina
Poema base de 1992 en Barranquilla
Desarrollos en 2007 y 2012
El Corazón, Medellín, 2018