Ningún hombre vivo es santo, y por tanto resulta poco interesante el
serlo. Pero algunos que han rebasado el conocimiento ordinario y otean
horizontes de peligrosa novedad zigzagueando siempre las selvas de la
felicidad, casi sin excepción llegan a sentir la necesidad de compartir con los
demás sus revelaciones y descubrimientos singulares, aunque saben que son
frutos de su soledad y alejamiento del común. Para ello hacen acopio de las
mejores didácticas para un óptimo manifiesto de sus singularidades a sus
coetáneos o futuros admiradores y pronto se les consagra como MAESTROS a seguir
en tal o cual arte o disciplina cognitiva.
Llegan a convertirse en verdaderas sendas nuevas del devenir humano,
nuevas posibilidades por las que el ser del espíritu y la conciencia puede
llegar a realizarse, a ejercitarse. Lo común a todo maestro es que, para llegar
a irradiar modos de vida originales, ha debido llegar a ser un CREADOR en su
dominio, lo cual involucra una forma particular de recorrer la historia y
rebasarla, prolongarla por sobre los vacíos del futuro a través de salvajes
senderos que logra amansar un paso danzarín.
Pues cada uno incorpora y nombra ese Espíritu universal impersonal que
late como fuego bendito al fondo individual de cada vida en brasas. Esa “seca
en la boca” cuando se asalta entre la maleza un nuevo camino por el que será
más fácil a los semejantes experimentar nuevos aires que saquen del atolladero
corriente y faciliten nuevos actos de creación y originalidad, de modo que el acervo
del pensamiento humano alcance las cimas de alto vuelo y plena luz que
convienen al Espíritu Perenne.
Ese es el sentido de la especie transtemporal, el sentido de pertenencia a ese gran colectivo histórico, del que se hace más parte mientras más separado se esté en la creación. El canto de Josefina la cantora o el pueblo de los ratones (cuento de Kafka) es tanto más colectivo mientras más tintes singulares adquiere, manteniéndose su silbo artístico y singular muy cerca del chillido común. Más adentro llegamos de la gran Madre-Historia, mientras más afuera excursionemos de sus ámbitos frecuentes, lograremos las islas solitarias y virginales, do florecen los más abstractos entes.
Por eso es que, a la hora de asumir el reto
de lo nuevo, que sin cesar apunta en nuestra rutina, todo maestro entra en fuga
y se vuelve obsoleto, toca enfrentar en solitario al gran tesoro ajeno con toda nuestra creatividad y capacidad de
peregrinar en el vacío. Sirve lo que esté entronizado en la gran vena, pues protagoniza la odisea y sostiene la búsqueda en directo del tono singular en el canto, por encima de las oscuras aguas del tiempo.
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