El bus crepitaba ascendiendo la dura montaña;
nos dejó en un rellano solitario
al amaño de ágiles nieblas de filos cuchillas
como en capas de piedras prehistóricas
o deliciosas cremas de arcillas
sin huella humana alguna,
sólo sellos de tiempo legendario
la soledad el humo blanco
abstracto y meditabundo
impersonal transtemporal,
incierto y de exquisitas esencias,
cargado de no-ser itinerante
y de inquietas briznas de pasado milenario
la leña inveterada de los desayunos
el olor de arepas frescas
levantadas en cayanas con el calor de los montunosy de evocaciones vivas del dios maíz
o de flores nimias, limpias
que crecían en collados de extraño país
y perseguían salvajes colibríes
vibrando entre dulces ventiscas
los aromas de hostias matinales
que sostenían la risa amarilla de la existencia
y entonaban la búsqueda de los inconscientes
los hálitos desfigurados
las hordas de almas blancas
que navegaban en brumas de esencia
desfilaban en exquisito silencio
como puras ondas musicales
por los cauces inveterados
del páramo-océano
de abstractas tempestades
y sensüales voces de soprano
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