miércoles, 29 de julio de 2020

CAMINOS Y SIMPLES EVENTOS




En memoria de  Gilles Deleuze

maestro gozoso de caminos y líneas de fuga

líneas de amistad y silencio en suelo de inmanencia

Siempre un camino,

siempre en camino

y siempre esos caminos:

tras de nada y desde el vacío

entre la misma piel de Caos divino,

sin principio ni fin, su rocío,

gozosa piel de Tellus adivino.


En tapices de flores nos arrojaban los elfos

amacizándonos con sus besos de fantasía 

y curándonos de la nostalgia del camino

mientras gitanos violines

se robaban nuestras almas

para el júbilo de cantarinas diosas.


Solo continuos estados,

de tensión, de escisión

esquizias húmedas

en multiplicidades de extraser

como nodos en azarosa malla

de poder ser lo mismo en fuga

incandescencia pura,

transparencia distinta,

móvil jauría,

milagro ubicuo,


colosal policromía,

pirotecnia de cuerpos en jura

conformando délfica orgía

por los jardines iniciáticos de lo vacuo,

entre los intersticios de loca bohemía

que daban al camino corpus de infinito


Siempre ese camino,

de hierba o de desierto:

desplegaba los gramas de la fuga

los paisajes de remota fábula

asomaban sin metáfora

en los rostros-guijarros amigos

que vestían la fiebre del sendero

con las manchas del deseo itinerante.

 

Eché a rodar

feliz, sin espesor

por el oro gozoso del camino polvoriento,

cada vez más desligado, más erodado,

sola insistencia

pasión de los encuentros

que escande el vino de misterio

guardado en estancias solariegas

fulguración abstracta

de grieta en grama de delirio.


Una parada

- eran éstas cosas de camino,

como arranques y gozosas desbocadas -,

una parada para sentir las caras rojas,

el crepitar de las piedras en el mapa detenido,

el beso del aire silencioso,

o en cuajada de roca transparente,

el beso del cielo amante

y la sola música del arroyo cercano,

sutil canto de violas sibilinas 

sobre cojines de dormido musgo:

apenas rozaban la roca 

las aladas ruedas de las gotas.

 

A la sombra del guayacán amarillo

tomábamos el aliento

del oxígeno enibrante

que nos sudaba el monte vecino,

sólo aliado con aromas

de las flores del instante

que brotaba su piel de vino y esmeralda,

en ofrenda al Día de sidéreos diamantes

unánimes testigos, sagrados heraldos,

flotando en laudes y milagrosos andantes,

danzando en gotas de ámbar 

que dejaron de regalo las auroras.


José Guillermo Molina

Medellín El Corazón, Finca Villa Mercedes

diciembre 30 de 1997, diciembre 23 de 1998, julio 30 de 2020

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