Abracé la cresta en repentino cristal
de la ola transfigurada en carruaje.
Y pronto me vi presa de las resacas:
Trazadas en siniestros toboganes,
Me halaban al fondo con fuerza de alma
volátil corcho en colosales brazos.
Y sabían mi vida de memoria:
Mi diminuta arenisca en encaje
-posesión de ancestros haraganes-
recorría en todas sus caras,
el enorme cristal magneto de la mar
que pronto me arrojó a divina playa en calma.
Era un mundo de espíritu y transparencia,
arrastrándome por insondables pozos,
rastrillando mi ser entero en dolor de arena.
Libre ya de los tridentes de Neptuno,
quedé en la orilla en suave sueño estelar,
flotando en etérea sangre de espacio‑tiempo:
sustancia surgía en susurros de palmas
cual licor del evento y el entre-tiempo.
Todo cuajaba y cristalizaba de repente
en fosfórico relámpago de sismo
mientras invadía el ahogo el escozor
los más remotos rincones de mis alientos
arrancándome al unísono el grito evanescente
que escribía en letras de plasma
y pintaba de pasados la fibra del abismo
el abstracto sello del esquema y el rizoma,
la tenue luz que enseña el pliegue de afuera
en nuestra oscura mónada de eventos,
-resumen virtual de universo,
volcán de incorpóreos lahares.
Cuando se nos quiere confinar a la asfixia
Y solo nos quedan ecos sofocados de mundo
tras la última puerta que nos tiran las olas o los vientos,
allí vienen a desdoblarse nuestras sombras
y a empinarse en espirales de galaxia
nuestras notas de plásticos colores
conquistando nuevos dominios
que en rizoma plasman solitarios sitios
casa virtual que se contrae
en los caracoles que nos traza el absoluto
lejos de versos y de falsos amores,
fraguados al calor de crueles diosas.
José Guillermo Molina Vélez
Medellín, El Corazón, Finca Villa Mercedes
Septiembre 29 de 2008, Julio 31 de 2020
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