Esas eran las puertas de la gracia,
del absoluto silencio aturbinado.
La entrada al viaje de atmósferas iniciáticas
Y vapores minerales.
El impoluto éxtasis
rimaba su agua pura,
sus brocados de incontenido cristal,
sobre las piedras oasis,
el canoso lecho de los cantos,
trazando nuboso himno vegetal.
Por allí regaba sus canas de sapiencia.
Su azúlea pureza
y fulgurante cristal poema,
rodaba por los tiernos gradientes,
los brazos amantes,
cuajados en metamórfica gema,
de milenarias piedras en gris eón.
Entre las hebras y muelles cojines
de musgos en verdes de viva fiesta
y helechos en profunda siesta,
el planeta entraba en oración
tras la cascada de ancianos tutelares
y hacia el corazón de nieblas somnolientas,
donde templaban sus solos paladines.
Por espejos desgarrados
De anciana roca fluída
hacía danzar sus locos remolinos:
a flote la risa oxigenada de los fríos,
los sutiles juegos de los genios,
el humor ácido de los ríos:
protohistoria de minimales desvíos
en rebeldes corales marinos.
La alegría del universo restallaba
en sus pequeñas ordenadas danzas
La pura caída de los átomos en torbellinos
entre la cascada de umbrales al azar
marcaba senda de incorporales entre pinos,
surcada en ingravidez de velos al danzar,
con gracia de sirenas glamurosas,
plegando el instante en rosas
que les pintaba el sol buril de la mañana
LA CANCIÓN SERENA
NOS ARRANCABA EN VILO
SOBRE EL CUERPO DE TIERRA
HECHO CONSTANTES, ARENA
CONTRA LABERINTO SIN HILO
CUYA MOVILIDAD ATERRA.
El sabor enibrante de letal huida
daba el tono de genérico abstracto
al paso incorpóreo de líricos alientos.
El camino de su caída
era una siembra de milagros
de vidas transparentes y plasma cantor:
escurrir de gloria por rocas y musgos
apagado fragor de piedras
de antiguas tormentas y furias
entre cuevas de nubes resonantes
y el bajo continuo en carbón y silicio,
bramido, clangor, desquicio.
Su indeterminación y desequilibrio básico
Daba lugar a todo tipo de determinaciones
Y también de diluciones y deformaciones:
A su afanado paso entre gotas cantarinas
(embriagando en rotación
el polvo de hornblendas y cuarzos
que dormían en nenúfares por las orillas),
cundía dinamis por los sordos huesos,
mecían rocas calando sus lujurias:
las Capas de Antiguos Sedimentos,
a su beso repetido y voluptuoso,
entregaban sin cesar sus cuotas de arenisca
a las trenzas espumosas que les musitaban
locas serenatas en cuerdas y vientos.
Permuta de arena por música,
de carne por verbo,
entre la magia de un desbalance de elementos,
en cuyo torno gravitaban armónicos de ventisca.
Por los espejos desgarrados
De la roca floculada,
hacía danzar vivaces amoríos:
era la risa oxigenada de los siglos,
los sutiles juegos de los genios,
el humor ácido de los ríos,
las nómades polvaredas de cosmoluz
todas las manadas vivas, núcleos de bríos
del gran pasado en general
conjugaban aquí sus coros simultáneos
y pasaban en presentes de ligeros sacrificios,
brindaban alegres por la suma contingencia:
Era el gran ritual de los actuales
a los dioses virtuales,
a la gran memoria y la conciencia
el Olimpo de toda potencia,
régimen de estocásticos poderes espontáneos.
EN VERDAD NADA QUEDABA REALIZADO
CADA ESENCIA ERA RELEVADA EN EL HUMO INACABADO DE LA CARNE
Y LAS FORMAS FLOTABAN EN TRANCE SOBRE RÍO DE METEOROS
José Guillermo Molina Vélez
Medellín, El Corazón, Finca Villa Mercedes
enero de 2001, agosto 2 de 2020
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