Su brisa matinal ondulaba por el lago
con una dulzura sin tiempo ni objeto.
Un ligero temblor rizaba las aguas humeantes.
Estábamos de salida por la avenida señorial
de ancianas encinas ventiladas.
Nos arrullaba un lejano sentimiento,
como una felicidad de pétalos suaves
y resplandecientes caricias de ángeles invisibles.
La arena del camino
rubia y volátil
danzaba también desnuda
con los arpegios de la trucha.
Cada vez íbamos más rápido
levitábamos en brazos
de su delicado musitar
como entre la dulzura de un agua tibia
Pero oscuros chelos
nos arrojaban en avernos de filosas espadas
y perdíamos el rastro del éxtasis
para perecer en brazos del abismo.
No sólo pétalos hacían el camino;
versátiles dedos de monstruo
desfiguraban nuestros cuerpos
en impensables metamorfias.
Aunque de tanto en tanto
volvía nuestro tema
en melodía curandera
y nos volvía a esferas de lo santo
El viaje ocurría en impredecible contrapunto:
allá en el fondo sólo marchaba el ritmo loco,
sin reglas ni códigos
sólo una vida de casuales saltos.
Era la marcha arrítmica de la sangre,
en absurdos pasos de avance,
nunca se sentía un retroceso:
el raudo grito de la vida ilímite,
desde el fondo solitario
de una galaxia en explosión continua,
sólo compatible con grillos nocturnos
en su demencial concierto infinitesimal.
José Guillermo Molina Vélez
Medellín, El Corazón, Finca Villa Mercedes
Agosto 23-24 de 2012
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