domingo, 23 de agosto de 2020

Trás La Trucha de Schubert

 



Su brisa matinal ondulaba por el lago

con una dulzura sin tiempo ni objeto.

Un ligero temblor rizaba las aguas humeantes.

Estábamos de salida por la avenida señorial  

de ancianas  encinas ventiladas.

Nos arrullaba un lejano sentimiento,

como una felicidad de pétalos suaves

y resplandecientes caricias de ángeles invisibles.


La arena del camino

rubia y volátil 

danzaba también desnuda

con los arpegios de la trucha.


Cada vez íbamos más rápido

levitábamos en brazos 

de su delicado musitar

como entre la dulzura de un agua tibia


Pero oscuros chelos

nos arrojaban en avernos de filosas espadas

y perdíamos el rastro del éxtasis

para perecer en brazos del abismo.


No sólo pétalos hacían el camino;

versátiles dedos de monstruo 

desfiguraban nuestros cuerpos 

en impensables metamorfias.


Aunque de tanto en tanto

volvía nuestro tema

en melodía curandera

y nos volvía a esferas de lo santo


El viaje ocurría en impredecible contrapunto:

allá en el fondo sólo marchaba el ritmo loco,

sin reglas ni códigos

sólo una vida de casuales saltos.


Era la marcha arrítmica de la sangre,

en absurdos pasos de avance,

nunca se sentía un retroceso:

el raudo grito de la vida ilímite,


desde el fondo solitario 

de una galaxia en explosión continua,

sólo compatible con grillos nocturnos

en su demencial concierto infinitesimal.


José Guillermo Molina Vélez

Medellín, El Corazón, Finca Villa Mercedes

Agosto 23-24 de 2012



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