Me acerqué a su alma
y ya no me veía:
o de ella carecía
o se había difuminado mi rostro
o su amor ya no brillaba.
Lo empañaban sus lágrimas secas,
sus restos y cenizas y carbón,
su aparente indiferencia
me libraba ya de mi antigua devoción,
me curaba de mis tontas hipotecas.
Las caspas de sus antiguas caricias
cubrían con martirio de pierrot
el espejo donde siempre
antes me entregaba a mi diosa
donde libaba mi néctar
antes del tiempo ya nulo
en aquel cielo eterno
en que me acunaban sus brazos.
Ahora ya libre de su influjo
danzaba feliz sin peso
en el aire limpio de la mañana.
En el espejo ya nada aparecía
de modo que la diosa y su embrujo
se habían consumido en pleno día
velando el corporal espejo
en que solía fraguarse nuestro amor.
Un odio oscuro y perenne
fluía ya desde su fondo de terror.
El espejo lucía en negro
como una fosa abandonada
de la que salía un aire mortífero
un tufo de desamor.
Aunque repugnante,
agradecí sentirlo
para extirpar por siempre
el amor por ella que en mí no dejaba de latir.
Del espejo en negro de ese final
brotaban ahora nuevas caras
corrientes y aromas vivificantes,
deseos de impulso desconocido
nos empujaban lejos en algazaras
a los prados del edén perdido.
José Guillermo Molina Vélez
Medellín, El Corazón Finca Villa Mercedes
Agosto 19-20 de 2020
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