sábado, 8 de agosto de 2020

Cántigas y fiestas: vuelve el amor



Entre las cerebrales cántigas

de Dvorak, Schubert, Bahms y Vivaldi

tomaban cuerpo en las horas del silencio 

gemidos de erial y cantos de sirenas

voluptuoso pensamiento en carne viva

azotando con fruición las faldas de mis montes,

los filones en cristal de mis perdidos años:

salían a la luz canecidas ruinas

baldías páginas de sufridos sueños

ponían al desnudo sus risas danzarinas.

 

Se encendían antiguas róseas orgías 

y entre los vientos implacables de los chelos

estallaban las risas de flautas y violines

y damas de carmín que entonan alegrías

fundando a su paso ángeles y nubes

de róseos sexos danzarines

y noches impías en derretidos cielos 

de amantes lunas y ebrios querubes

componiendo la gran fiesta de los siglos

con los grillos, luciérnagas y músicos.

 

Entre los devaneos del aire enrarecido

y los pases magnéticos de abstractas danzas,

se perdían en sombras los órganos ilusos

insinuando encendidas curvas de hembras

cuyos nombres de prohibidos versos

escondían sus gracias en las penumbras,

se perdían sin remisión en las atmósferas

trazando poemas hiperácidos de pérdidas

que desplegarían en andantes amorosos

móviles mapas de diáspora y guerrillas.

 

Mi espíritu incandescente 

de armónico girar en seco

buscaba en su volcán de esquizias

las dulces aguas en concierto

que calaran su oración por todo hueco

e impregnaran en sus albricias

la fiebre de las ígneas arenas

cuidanderas de caminos y áridas estepas,

sin pastos ni arroyos ni arboledas,

sólo sílfides en danzas vaporosas

 

entre las seductoras dunas 

flautistas de notas agarenas

cantaban sonatas de Tiresias,

con el temple de perennes errabundias,

tras el instante de repentino júbilo,

que en cristal de rotas inocencias,

zanjara los estratos de los órganos

con las marcas abstractas de la noche

que inventaba las flores del placer 

en el piélago oscuro del dolor mental.


Pues ante todo era de bendecir 

el regular silencio en bajo continuo 

en que se sucedían días y noches

entre gallos, pájaros y grillos

punteados por el agorero canto del búho

viendo el crecer de flores y tallos


Y más si surgía una leyenda de amor

en incontrolable trémolo marino

cuajando de besos y suspiros

las hojas sin tema de los mundos,

sembrando hordas de vapores

sedientos de danza y de olvido

que vagan con voz de platino

platicando esquema de gozo transfinito.

 

Si acaso esa oración en fuga

Enderezaba lomos peregrinos

Y estremecía las hojas del laurel.

Si no fuera la canción el único vórtice

Que aglutina los bordes de sus diferencias

en fractales de intensa dispersión,

la inmanencia absoluta

y el vértigo del movimiento puro.

 

De pronto reinaba el azul

un dulce retorno a la nada y el ónice,

al gran sueño del carbón

que preludiaba la fiesta del granito

en los jardines moleculares de la luz.

 

Toda la tormenta de hullas

había disipado el suave tul

contra el fondo de cobalto infinito

y dejaba al desnudo el eterno día

que debíamos cruzar en danza y carnaval.

 

En grande silencio flotaba ahora

el hálito y carisma del mundo

tras densa noche de llovizna que murmura,

 

Y abrazo hueco de tambor meditabundo, 

sutil destello de diamante 

anunciando la vuelta del Sol, 

como si su luz ida fuera recuperable

pero sólo era el canto a lo irrecuperable:

la beatitud nunca regresaría,

conquistarla era reconciliarse con el tiempo perdido

a la espera quizás de nuevos y más gloriosos paraísos

 

Y funda en febril manto,

con ilímites superficies Moebius, 

el orbital silencio de dios,

hecho sólo de cántigas y fiesta

el dios de una sola cara 

donde la luz de afuera trasparenta 

los vertiginosos mapas de adentro

poblados de agujeros en algazara.


José Guillermo Molina

Medellín, El Corazón, Finca Villa Mercedes

Agosto 5 a 8 2020 con bases de 1998 y 2000

 



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