Montes del afuera
Yo
buscaba en el fervor de sus no-huellas nocturnales,
crispadas
por los cantos ázimos de estrellas en falsete:
las
huellas vivas de su ausencia,
marcas
yermas de aquella plenitud,
o
quizás este nudo de vacío en el espíritu,
el
núcleo de vórtices del sujeto torbellino.
En
las afueras de la ciega ciudad luz
entre
montañas andinas,
Medellín,y
sus luces 97,
de
arcanos tutelares y magos y ondinas
rigiendo
los sueños oscuros del monte,
las
fuerzas colectivas del remolino.
Yo
buscaba los pequeños cristales
que
escandían en agrestes tensores
-
arreglos de polvo en microdanza -,
los
vientos de nuevos horizontes
agitando
el ulular de sus tambores
secas
cifras de antiguos amores,
limalla
de fulgente esperanza:
Reclamaban
mi canto,
como
vino divinal de las estrellas guardianas:
con
él se entregarían a sensüales derivas
por
los vientres infinitos de los espacios
que
trazarían los gigantes en astral mutismo.
En
su matemático rondar sendas vivas,
reclamaban
el canto de sirenas
que
llevarían de solaz al sordo abismo.
Reclamaban
el canto,
así
se tejiera en voces indecisas
y
se cifrara en caótico guarismo.
Aunque
habíamos partido de la colina
azotada
por los vientos cruzados de danzas no-concertantes,
el
desacuerdo de las brisas absolutas,
el
viaje, el canto, el éxtasis
se
habían quedado escritos
en
ese afloramiento de cristales celebrantes,
encallados en el viaje in situ
perpetuum
mobile al centro del poema
en
esa colina de desnudos minerales,
bañados en la luz del gran espíritu:
la solitaria cima del alma,
justo allí donde liberaban las grietas
sus soplos de férreos titanes,
nacidos en vientres de planetas.
El
desconcierto ponía a flotar por los aires,
invocaba
el profano suspenso que alucina.
Allí
era el epicentro del oráculo elemental
que
entonaba todo este Valle de la Virgen.
De
la cima alada de su espíritu
se escurrían en suaves ondas
sus cabellos de tiempo figural.
Besaban
dulcemente, y arden
como
chorros de agua en arenarios;
luces
de trasmundos helando su grito
embalsaman
erectas palmas de santuarios,
sobre
noches de lunas agónicas.
Por doquier, el sendero de aladas voces
llamea incorporales en movimiento puro.
Se
enciende en su falla de sismos
el
valle de prenatal conjuro,
bañado
en armónicos himnos,
al
que sin cesar volverían sus arpegios,
desde
el ojo mismo del torbellino abisal
que
se enrollaba en el gran árbol espinal
velando
con sus llamas de nervios
la
cerebral flotación de la llanura.
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