martes, 28 de julio de 2020

Montes del afuera



Montes del afuera

 

Yo buscaba en el fervor de sus no-huellas nocturnales,

crispadas por los cantos ázimos de estrellas en falsete:

las huellas vivas de su ausencia,

marcas yermas de aquella plenitud,

o quizás este nudo de vacío en el espíritu,

el núcleo de vórtices del sujeto torbellino.

En las afueras de la ciega ciudad luz

entre montañas andinas,

Medellín,y sus luces 97,

de arcanos tutelares y magos y ondinas

rigiendo los sueños oscuros del monte,

las fuerzas colectivas del remolino.

 

Yo buscaba los pequeños cristales

que escandían en agrestes tensores

- arreglos de polvo en microdanza -,

los vientos de nuevos horizontes

agitando el ulular de sus tambores

secas cifras de antiguos amores,

limalla de fulgente esperanza:

Reclamaban mi canto,

como vino divinal de las estrellas guardianas:

con él se entregarían a sensüales derivas

por los vientres infinitos de los espacios

que trazarían los gigantes en astral mutismo.

 

En su matemático rondar sendas vivas,

reclamaban el canto de sirenas

que llevarían de solaz al sordo abismo.

Reclamaban el canto,

así se tejiera en voces indecisas

y se cifrara en caótico guarismo.

Aunque habíamos partido de la colina

azotada por los vientos cruzados de danzas no-concertantes,

el desacuerdo de las brisas absolutas,

el viaje, el canto, el éxtasis

se habían quedado escritos

en ese afloramiento de cristales celebrantes,

 

encallados en el viaje in situ

perpetuum mobile al centro del poema

en esa colina de desnudos minerales,

bañados en la luz del gran espíritu:

la solitaria cima del alma,

justo allí donde liberaban las grietas

sus soplos de férreos titanes,

nacidos en vientres de planetas.

 

El desconcierto ponía a flotar por los aires,

invocaba el profano suspenso que alucina.

Allí era el epicentro del oráculo elemental

que entonaba todo este Valle de la Virgen.

De la cima alada de su espíritu

se escurrían en suaves ondas 

sus cabellos de tiempo figural.

Besaban dulcemente, y arden

como chorros de agua en arenarios;

luces de trasmundos helando su grito

embalsaman erectas palmas de santuarios,

sobre noches de lunas agónicas.

 

Por doquier, el sendero de aladas voces

llamea incorporales en movimiento puro.

Se enciende en su falla de sismos

el valle de prenatal conjuro,

bañado en armónicos himnos,

al que sin cesar volverían sus arpegios,

desde el ojo mismo del torbellino abisal

que se enrollaba en el gran árbol espinal

velando con sus llamas de nervios

la cerebral flotación de la llanura.


José Guillermo Molina
Medellín, El Corazón, Finca Villa Mercedes
Diciembre 1997, Julio 29 de 2020

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