sábado, 30 de mayo de 2020

Nunca en silencio




Sería eso la gravedad?
En eso concluiría toda materialidad?
En ese canto incesante y celeste
del agua virgen del mudo arroyo?
No era la gravedad sonora del mundo
sino el canto levitante del silencio,
el limpio tacto de los musgos y el bosque
en su tarea de masajear mi alma
y entregarme los lúbricos brillos
las alegrías evanescentes

de las orquídeas enamoradas
y los erectos orantes lirios
apoyados en letanías de grillos,
encargados de ajuarar la eterna fiesta, 
cada uno entre su balcón de privilegio
se amañaba con sus notas ensayadas,
dando todo en la canción hasta el martirio
mientras danzarinas sobre esbeltos tallos
exhibían colores de sortilegio
hojas y flores recién nacidas.

Me senté a escuchar el agua correr
con la calma sedante de lautos siglos
entre líquenes y helechos de floresta,
de pies y manos bañado entre su nácar,
calando el cielo hondo de sus pieles,
esperando sólo sin tiempo arder,
esconderme entre los poros del aire
y sucumbir en el éxtasis de la orquesta
que en torno de las calladas rocas
hacían coquetas líneas de agua.

Era un silencio en clave hidráulica
orquestado de sincopados murmullos
que alzaban sueños en vapores de fiebre
de volátiles duendes, trasgos y hadas
coloreando el aire de inestables llamas.
Esperaba a la vera de perenne ría
danza sutil de encantados pasos tuyos 
que trenzaban mi alma a la hojarasca
donde pequeña muerte armaba pesebre 
a los nuevos infantes de eterna vida.

En las corcheas de esos silencios
perdían sus rostros los viejos amores,
pero allí permanecían expectantes,
dueños de una nueva felicidad
como una claridad difusa y plena
que se extendía oxigenando maniguas
y descubriendo las sórdidas cavernas
do las Parcas preparaban nacimientos
que asombraran la iluminada arboleda
para la solemne entrada del Meridion.


José Guillermo Molina
El Corazón, Medellín, Finca Villa Mercedes
Mayo 30 de 2020

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