Era lo máximo de lo que no era corazón
y el mínimo de lo que lo fuera.
Era el número diminuto del amor,
germen benigno de todo nudo de deleite.
Con él comenzaba el corazón sus quejas y sus sombras.
Cualquier temblor o sentimiento lo superaba.
Era la roca firme donde se apoyaba todo dolor,
todo lo que quería amar debía impulsarse en su dureza:
su firmeza condicionaba toda ternura,
cualquier beso y caricia debía contar con su acritud.
Mientras cualquier juicio,
prejuicio o raciocinio
quedaban por debajo de él,
numéricamente de menor ingenio,
debajo del onírico quicio,
donde se decide la energía vital
que nutre de alegría a la virtud.
En la oscura caverna de su cifra
nacería en finas gotas toda fuente,
toda luz y todo puro cristal.
Su simpleza daría sabor a los complejos,
de los que forman con inocente fibra
cielos y rocas del nuboso inconsciente
y constelan en sedas los cielos críticos de los afectos.
Era el corazón ese acuífero de llantos recónditos,
ocultos en el centro de la medianoche,
sin posible consuelo ni madre bondadosa;
sólo terrible diosa que exigía cruel su cuota
al borde de los ígneos volcanes,
donde calaba sus sueños el solitario universo
que se tropezaba entre oscuras praderas.
Y ese, su ínfimo umbral,
era un número sin quantum,
puro acorde intensivo de la tormenta,
inestable y azaroso, primitiva furia
anclada en la dinamis del cosmos
como suelo falso de poemas cruentos,
franja de estrelladas noches sin luna,
donde bebían los sueños añosos
su insangüe extrañeza sin cuna
y libaban sus néctares los amantes.
Y es cúmulo noemático
de frenéticas ondas en solitones
expertas en los umbrales y fronteras,
en cruzar abismos y cortantes riscos
que le oponían los nombres
y los cuerpos y los ceros
del camino automático.
Era entonces cuando el ánima
entraba en incierta niebla
y se disolvían los presagios
en la nebulosa congestión del plasma.
Quedaba su soplo en pura grima
lista para el viaje nabla
que la pondría en elemento aión o infinitón.
El viaje nabla era en puras derivadas,
vértigo en secuencia por valles y crestas
por gradientes en vías y aceleradas
entre parques geo-históricos
antropo-indiferentes arpegios
que conservaban aires de gestas
emprendidas en los cielos bucólicos.
El "aión" es el tiempo en infinitivo, o tiempo del Acontecimiento. Ver Deleuze, G. Lógica del sentido.
José Guillermo Molina Vélez
Medellín , El Corazón, Finca Villa Mercedes
Noviembre 7-8 de 2020
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