domingo, 8 de noviembre de 2020

El Ínfimo del Corazón o número diminuto del amor





Era lo máximo de lo que no era corazón 

y el mínimo de lo que lo fuera.

Era el número diminuto del amor,

germen benigno de todo nudo de deleite.

Con él comenzaba el corazón sus quejas y sus sombras.

Cualquier temblor o sentimiento lo superaba.

Era la roca firme donde se apoyaba todo dolor,

todo lo que quería amar debía impulsarse en su dureza:

su firmeza condicionaba toda ternura,

cualquier beso y caricia debía contar con su acritud.


Mientras cualquier juicio, 

prejuicio o raciocinio

quedaban por debajo de él,

numéricamente de menor ingenio,

debajo del onírico quicio,

donde se decide la energía vital

que nutre de alegría a la virtud.


En la oscura caverna de su cifra

nacería en finas gotas toda fuente,

toda luz y todo puro cristal.

Su simpleza daría sabor a los complejos,

de los que forman con inocente fibra

cielos y rocas del nuboso inconsciente

y constelan en sedas los cielos críticos de los afectos.


Era el corazón ese acuífero de llantos recónditos,

ocultos en el centro de la medianoche,

sin posible consuelo ni madre bondadosa;

sólo terrible diosa que exigía cruel su cuota

al borde de los ígneos volcanes,

donde calaba sus sueños el solitario universo

que se tropezaba entre oscuras praderas.


Y ese, su ínfimo umbral,

era un número sin quantum,

puro acorde intensivo de la tormenta,

inestable y azaroso, primitiva furia

anclada en la dinamis del cosmos

como suelo falso de poemas cruentos,

franja de estrelladas noches sin luna,

donde bebían los sueños añosos 

su insangüe extrañeza sin cuna

y libaban sus néctares los amantes.


Y es cúmulo noemático

de frenéticas ondas en solitones

expertas en los umbrales y fronteras,

en cruzar abismos y cortantes riscos

que le oponían los nombres 

y los cuerpos y los ceros

del camino automático.


Era entonces cuando el ánima

entraba en incierta niebla

y se disolvían los presagios

en la nebulosa  congestión del plasma.

Quedaba su soplo en pura grima

lista para el viaje nabla

que la pondría en elemento aión o infinitón.


El viaje nabla era en puras derivadas,

vértigo en secuencia por valles y crestas

por gradientes en vías y aceleradas

entre parques geo-históricos

antropo-indiferentes arpegios

que conservaban aires de gestas

emprendidas en los cielos bucólicos.



El "aión" es el tiempo en infinitivo, o tiempo del Acontecimiento. Ver Deleuze, G. Lógica del sentido.



José Guillermo Molina Vélez

Medellín , El Corazón, Finca Villa Mercedes 

Noviembre 7-8 de 2020

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