Se habían perdido razón y camino.
Sólo persistía una ciega voluntad
en abrazar una vida simple
sin objeto y con un mínimo sujeto.
Pero un secreto gozo,
cual manantial perdido
de perenne flujo melódico,
era la clave del camino ciego,
el seguro arcano laberinto
hacia el hosco eremita incógnito
que halaba desde jardín abstracto
con místico alado magnetismo.
Era una felicidad recóndita
de cifrado volcán guarismo
la que hervía al fondo de rutina,
anárquico vino de poeta
escondido entre labios de niña
esperando la canción de abismo
para danzar entre muslos de la dicha
que forjaban las galaxias de la noche.
Al final del desierto,
brillaba el oasis fresco
con su eremita despierto
orando en cielo dantesco.
Pero en verdad ese eremita ideal
debía construirlo.
Allí no había nadie.
Saldría de mi soledad,
mi calma y mi armónico silencio.
Personificaría mi musical vacío interior
en ese ente de luz neutra
cuyo ser solo quiere estar entre cosas,
vaciado en alguna horma de beatitud
suficientemente salvaje para lo eterno
José Guillermo Molina Vélez
Medellín, El Corazón, Finca Villa Mercedes
Noviembre 26 de 2020
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