El arco iris
iba conmigo
con paso de
ciempiés en simultáneo
solo para mi
ojo y para mi alma;
me llenaba
de brillos en escarceo
y felpudas sombras en abrigo,
lejanos
luceros del nacer‑perecer,
apenas sucedáneos del perenne
ajetreo,
héroes anónimos de afán y calma
se apoderaban en complot
del íntimo campus sin aliento.
Lejos de todo recuerdo,
En lisura incapaz de toda vértebra,
Y me anclaban en absoluta soledad,
Contra un fondo apocalíptico de sueños
- Color tierra y momia y desazón en pardo,
Lejos de labios rosa levedad
Que me ofrecía mi ideal Dulcinea
desde su celeste piel de armiño -
Impresos en telones mate de gotas en suspenso
Contra limpios cielos de ultratierra.
De mi dulce amante
remotos perfiles,
bañados en plasma de cariños
escapaban en cascadas y remansos
del tamiz de mis locas ideas
tras mi abisal sentimiento:
eran sus pétalos tersos
joyel de perdidas caricias.
Con sus propias franjas de centellas claves
- Gotas niñas en esfera,
de inocencia en cataratas
y penumbras transmóviles -,
emitían sus tiernas plegarias,
tras mosaicos de velados esmeriles,
derretían en rosales y perfumes
hoscos años entre aciagas baratarias,
y uniforme aroma de cantatas
abovedaba la visión en irislumen.
Esa lluvia de tiesas gotas robot
- prismas de infantil cristal
jugando con la luz en sus circuitos
y plácidos laberintos en fagot
entre la bruma crema del manantial
tatuada en el multicolor espectro
y la aérea armonía ad infinitum
que enrarecía el ámbito
en flotación anónima de flor‑fotón
sutil licor de celestial aspecto -
Esa lluvia de diamante en goterón
me inundaba en divinal argot,
potente luz‑poema de vinos
y absortos instintos en verso
floreciendo en iris cantarinos,
jirones de nardos y orquídeas
de cardos y musgos y dánaes
en jalea de aires y de nieves
clamando en diáspora de corcheas
único son de levitante beatitud:
luz de vinos en scherzo
manando en cráteras de dádivas.
Dánaes de sinuosos muslos
y siluetas danzarinas
figuraban Brownianas el irisado coloide
de luz hirviendo diluvios en harinas,
que llenaba de fragantes himnos
en siete franjas de siete tonos
el campus mineral de nervios androides
en arcos difusos de prieto infinito.
Cundía éxtasis en rocío
entre ramas de árboles ideales
y sutiles fúlgidas arborescencias
que surgían sin raíces ni ramales
-inconexas y repentinas-
del ojo catatónico en brutal danza
sobre ónticos caracoles in situ,
espirales en perpleja alabanza
que alcanzaban el núcleo del espíritu
con sus trompas y transfigurados fagotes.
Mas sólo sueños de perdidos cielos
circulaban por la piel de gotas esenciales,
reflejos de cosmos ya combustos
pantallas digitales de aéreos milagros,
repasando en contingentes aleluyas
la historia muda y ciega de los suelos
de los órganos profundos
tejidos en cuerpos taciturnos
con doradas cabuyas
de almas antiguas
por el loco frenesí
de la pizca de clinamen
que torcía por doquier
la caída en carmesí
-bermeja sangre de crepúsculos-
de los átomos en paralelo:
la pizca de clinamen
acompañaba a cada átomo
como una suerte de sistema dinámico,
le rodeaba como pique de inmanencia
y le incitaba a desviarse por el lomo
por curvas en abismos del universo,
como métrico quantum de errancia
y azaroso velamen.
Los átomos eran lo existente,
vagas tribus multitudinarias
que graficaban en ritornelos
los ocres desiertos de arenarias,
y el clinamen, lo insistente,
quieta espina, bruma pegajosa,
dosis de pérdida, capa dura,
que los hacía virar en locos cuerpos
en el absconto vacuo de su cáscara
tras su nudo en terco palo rosa.
¡Cuanto vacío en cada armadura,
en cada lleno y parejo
de la anciana biblia espaciotiempo,
el loco abierto de la mente cosmos
escrita en trompos y vórtices
compuestos en clave de caos!
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