sábado, 10 de marzo de 2012

Mayda Silencio: mi Ángel de Luz (pianto sostenuto)


Mi dulce Quinceañera



Maides de seda y miel
Tierna María Mercedes
Quisiste ser el rocío que penetraba mis poros
En risas y dorados sollozos
Alegría sin fin al cabo de los múltiples ocasos
En el corredor bañado en luz beata
De tus lares queridos
Y que al entrar las noches
Iluminaban tus luciérnagas
Y llenaban de inaudibles serenatas
Tus grillos y cantaritas
Tus ranas eléctricas embrujadas

Mi reina Maydes
Que viajabas con la luna de plata entre Sirio y Orión
Intrigando mi corazón en los efluvios mágicos de Venus
Mi corazón tu corazón EL CORAZÓN
Suspendido en flan de nubes entre Santa Elena y El Tobón
Donde nos deteníamos radiantes
Con nuestro fiambre de perlas en crema de rosas
Signadas en sus íntimos orientes,
Antes de arrojarnos a los brazos brunos del Bredunco,
Con peligro de ser arrollados con nuestro perdido Sebastián
En la intempestiva furia de algún río Badillo
Que bautizara la espelunca,
El glorioso tresillo
Que sin cesar musicaba nuestro pétreo lecho.
Lechos de amor y mármol en el Río Badillo

Por todas partes islas afortunadas
Islas donde se jugaría inconsistente nuestro amor;
Y entre ellas sólo un cándido y matinal silencio
Vapores de alegría, vivas hojas que verdean
Y flores aromando colores originales:
Desde los pantanos mundiales,
Desde el mar repujado en bronce de guerreros
Y de dioses que bruñe Vulcano el Bricoleur,

graciosamente afanado por Venus
que se dirige con todas sus ninfas nubecillas,
en serena contramarcha de los sexos,
al inmenso tálamo encarnado del Ocaso.

Por todas partes, Tú, Mayda ubicua,
Flotabas en velos plásticos tono luna
Que acariciaban muellemente con delicia
Los muslos contrahechos del Hacedor,
Susurrándole al oído entre la dulce brisa
Los secretos rubicundos del amor.

Más cerca de mí tu cariño
Tu magia de sin par princesa
Tu perlada risa omnipotente,
Más cerca que nunca tu hálito de Reina
Llega hasta mí en segura prospección
Tras mi acuífero escondido
Y saca de mí el tierno llanto
Que ruge bajo mis rocas de antigua metamorfia

Tus susurros de blancos azahares
Se llegaban en niebla de limones
Buscándome, nimbándome
Drogándome con galaxias de fósforo
Que saltan desde esa costa de nuestro amor salvaje
En espectro verde lechoso de Sapsurro

Luz, hechizo de viejos reyes y sirenas
Se viene en zancadas y frágiles estalactitas
Sobre las crestas granizadas del mar esmeralda
Cuya música de Órgano colosal
Ciñen las lianas en Rizoma
Del silencio Universal guardián del Canto Magno

Por entre los flecos de cristal
Que hipnotizan las olas de tus cósmicos volcanes
De tu canto al infinito y tu oda de amor sin fin
Con tus deslumbres y arpegios pasionales
En suave danza de marinos cabellos
Tecleando el suave mineral
la ondulada Celeste Cabellera
que sacrificó por su amor la Sirenita
a las exigentes potencias abisales
para  lograr de seducción el gran perfil

Por entre los flecos iris que alucinan
Con tintes de sangre rediviva
Con sus mil y una vaginas
De amores imposibles empapadas
Que disolvían y absorbían
En espumas de cántigas aladas
Nuestras locas y sólidas fantasías
Pintadas en el vientre de la diva.

Era el canto de dolor de la Reina Scherezada
Encañado en el oboe transparente
De un viento fálico
Que barría las playas
En busca de holocausto
Y sedimento fino
Sólo contenido por tu tierno pánico
Y el profundo coro de las hadas.

Y al llegar a nuestros cuerpos de machos
Cargados de historias explosivas
Y roca en arenisca
Se echaba a correr por nuestros rieles subpilares
Y debajo de las pieles
Parecía hervirse arena‑tiempo de concierto
Paso puro en intervalo
Tensión rotunda del vacío
Y en lugar de cada vello
Iba quedando una estaca electrizada de deseo.

Pero las corrientes nos sacaban del Edén
Arrastrándonos a la Jungla abstracta de los Pobres.
Debíamos entregar nuestros cuerpos al dolor
Y entre los pobres adivinar SU voz
Adecuar los estómagos de la Leche, el Queso y el Té
Al Arroz, el plátano y la Mafafa del borde del Río.

Estómago automático,
Metabolismo del trabajo y la sinrazón.
Era menester sentir esa salud fragante
Que emanaban en férvido rocío
Las tierras austeras de la pululación
Con la gracia de los lirios de los campos.

Del fondo subía la canción sirena que nos hacía sordos
Y nos vendía a las potencias del eterno espanto
Nos condenaba al perpetuo adagio
Sobre las olas de la perpetua cuna
Y todo sólido se volvía estrato,
Las creaciones del pasmo vivo
Se volvían mera huella en los libros del desierto,
Vacía queja en el rugir del viento.

Después de nuestro tectónico abrazo
Sólo dejabas de mí un leve pergamino de la Gracia,
Y apenas un pálido espejismo
Nos advertía del ardiente paso
Que marcaba el tiempo en la sensible partitura,
Bajo el beso de aurora de tu sutil aliento
Y el roce en sedas y jazmines
De tu piel que exime y rinde a la locura.

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