Mi dulce Quinceañera |
Maides de seda y miel
Tierna María Mercedes
Quisiste ser el rocío que penetraba mis poros
En risas y dorados sollozos
Alegría sin
fin al cabo de los múltiples ocasos
En el
corredor bañado en luz beata
De tus
lares queridos
Y que al
entrar las noches
Iluminaban
tus luciérnagas
Y llenaban
de inaudibles serenatas
Tus grillos
y cantaritas
Tus ranas
eléctricas embrujadas
Mi reina Maydes
Que viajabas con la luna de plata entre Sirio y Orión
Intrigando mi corazón en los efluvios mágicos de Venus
Mi corazón tu corazón EL CORAZÓN
Suspendido
en flan de nubes entre Santa Elena y El Tobón
Donde nos
deteníamos radiantes
Con nuestro fiambre de perlas en crema de rosas
Signadas en sus íntimos orientes,
Antes de
arrojarnos a los brazos brunos del Bredunco,
Con peligro
de ser arrollados con nuestro perdido Sebastián
En la
intempestiva furia de algún río Badillo
Que
bautizara la espelunca,
El glorioso
tresillo
Que sin
cesar musicaba nuestro pétreo lecho.
Lechos de amor y mármol en el Río Badillo |
Por todas
partes islas afortunadas
Islas donde
se jugaría inconsistente nuestro amor;
Y entre
ellas sólo un cándido y matinal silencio
Vapores de
alegría, vivas hojas que verdean
Y flores
aromando colores originales:
Desde los
pantanos mundiales,
Desde el
mar repujado en bronce de guerreros
Y de dioses
que bruñe Vulcano el Bricoleur,
graciosamente afanado por Venus
que se dirige con todas sus ninfas nubecillas,
en serena contramarcha de los sexos,
al inmenso tálamo encarnado del Ocaso.
Por todas
partes, Tú, Mayda ubicua,
Flotabas en
velos plásticos tono luna
Que
acariciaban muellemente con delicia
Los muslos
contrahechos del Hacedor,
Susurrándole
al oído entre la dulce brisa
Los
secretos rubicundos del amor.
Más cerca
de mí tu cariño
Tu magia de
sin par princesa
Tu perlada
risa omnipotente,
Más cerca
que nunca tu hálito de Reina
Llega hasta
mí en segura prospección
Tras mi
acuífero escondido
Y saca de
mí el tierno llanto
Que ruge
bajo mis rocas de antigua metamorfia
Tus
susurros de blancos azahares
Se llegaban
en niebla de limones
Buscándome,
nimbándome
Drogándome
con galaxias de fósforo
Que saltan
desde esa costa de nuestro amor salvaje
En espectro
verde lechoso de Sapsurro
Luz, hechizo
de viejos reyes y sirenas
Se viene en
zancadas y frágiles estalactitas
Sobre las
crestas granizadas del mar esmeralda
Cuya música
de Órgano colosal
Ciñen las
lianas en Rizoma
Del
silencio Universal guardián del Canto Magno
Por entre
los flecos de cristal
Que
hipnotizan las olas de tus cósmicos volcanes
De tu canto
al infinito y tu oda de amor sin fin
Con tus
deslumbres y arpegios pasionales
En suave
danza de marinos cabellos
Tecleando el
suave mineral
la ondulada
Celeste Cabellera
que
sacrificó por su amor la Sirenita
a las
exigentes potencias abisales
para lograr de seducción el gran perfil
Por entre los
flecos iris que alucinan
Con tintes
de sangre rediviva
Con sus mil
y una vaginas
De amores
imposibles empapadas
Que
disolvían y absorbían
En espumas
de cántigas aladas
Nuestras locas
y sólidas fantasías
Pintadas en
el vientre de la diva.
Era el
canto de dolor de la Reina Scherezada
Encañado en
el oboe transparente
De un
viento fálico
Que barría
las playas
En busca de
holocausto
Y sedimento
fino
Sólo contenido
por tu tierno pánico
Y el
profundo coro de las hadas.
Y al llegar
a nuestros cuerpos de machos
Cargados de
historias explosivas
Y roca en
arenisca
Se echaba a
correr por nuestros rieles subpilares
Y debajo de
las pieles
Parecía hervirse
arena‑tiempo de concierto
Paso puro
en intervalo
Tensión
rotunda del vacío
Y en lugar
de cada vello
Iba
quedando una estaca electrizada de deseo.
Pero las
corrientes nos sacaban del Edén
Arrastrándonos
a la Jungla abstracta de los Pobres.
Debíamos
entregar nuestros cuerpos al dolor
Y entre los
pobres adivinar SU voz
Adecuar los
estómagos de la Leche, el Queso y el Té
Al Arroz,
el plátano y la Mafafa del borde del Río.
Estómago
automático,
Metabolismo
del trabajo y la sinrazón.
Era
menester sentir esa salud fragante
Que
emanaban en férvido rocío
Las tierras
austeras de la pululación
Con la
gracia de los lirios de los campos.
Del fondo
subía la canción sirena que nos hacía sordos
Y nos
vendía a las potencias del eterno espanto
Nos
condenaba al perpetuo adagio
Sobre las
olas de la perpetua cuna
Y todo sólido
se volvía estrato,
Las
creaciones del pasmo vivo
Se volvían
mera huella en los libros del desierto,
Vacía queja
en el rugir del viento.
Después de
nuestro tectónico abrazo
Sólo
dejabas de mí un leve pergamino de la Gracia,
Y apenas un
pálido espejismo
Nos
advertía del ardiente paso
Que marcaba
el tiempo en la sensible partitura,
Bajo el
beso de aurora de tu sutil aliento
Y el roce
en sedas y jazmines
De tu piel
que exime y rinde a la locura.
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