Llegué de prisa
Junto a mi reina
Maydes
Buscando compartir con
ella esa escasa luz de milagro
Que nos elevaba en los
ingrávidos brazos de Dios
Y nos ponía en espía
de su paso subrepticio
La sorpresa dorada de
su Intensa Ausencia
Pues no era nada, sólo
que nos tensaba en insoportable ingravidez.
Algo me decía que
debía apurarme
Que no la
compartiríamos por siempre:
Esa luz prodigio
Llegaba de repente
Elevaba el alma como
nada sabía hacerlo
Y desaparecía
engullida entre las sombras y los grillos noctámbulos
Entre locas armonías
de viejos bohemios.
Llegué de prisa
Al filo de la tarde
Para disfrutar con
Mechitas
Una cacería de
crepúsculos en el viejo Corredor del Corazón.
Lo más seguro, nos
tocaría una de esas fiestas de luz
Bajo la bóveda dorada
del cielo de un día… Que ya no volverá
Como no volverá ella a
acompañar mi alma desolada.
Solo bajo este cielo
inmenso
bordeado de flores y
pinos gigantes
que me borran en el
tablero de la noche
lograré sentir
su roce imperceptible
su voz inaudible
su gracia de princesa
diluida.
Para qué me engaño?
Ella nunca volverá a
tomar el té a la hora maravillosa?
El té que dejó
ya anda todo
envejecido
Insípido e intomable. Ni
té ni café!
Si acaso un wiskey que
me borre la memoria
Y me adormezca en sus
virtuales brazos
De nube y música
nocturna
Será su lecho para mi
pobre alma
En los futuros días.
Pero sé que estará
conmigo
Me hará gemir junto a
su lecho suave
Me dará en silencio
mis versos
De su celeste paz.
Tendré que celebrarlo
solo
Y sentir el paso
cosquilleante
De la dorada gracia
que precede a la noche.
Algún leve murmullo de
brisa bastará para invocarla
Y traer a mi lado su
eminente corazón.
Podré irme entonces al
fondo de la más oscura noche
Con la luz de su sonrisa
y la seda de su piel contra mi rostro.
En el espacio del
sueño ella me teletransportaría entre los dioses
Al indomeñable Olimpo,
y en sus mesas de nube
y alabastro
Escribiríamos los versos
de la nada y lo infinito
Del cero indio y el
Cantoriano Universo
En su más íntima
comunión
Hecha en los altares
de la mediación.
Su presencia allí me
garantizaba
Total levedad ante la
gran Presencia
y la escasez sonora de los grillos solitarios.
y la escasez sonora de los grillos solitarios.
Mechitas cuánto te amé! Pero eres ahora mi sustrato y condición de aliento, el dulce manto de la Virgen que me sostiene en vilo ante el abismo del incomprendido mundo
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