No se nace hombre, ni mujer, no se nace humano ni espiritual, ni carne‑mundo ni amante puro del saber, ni hundido en el fango, ni envuelto en la humareda.
Se nace ctónico, preterciario, animal, vegetal y mineral, atado en humus etéreo a los devenires incansables del planeta anónimo, capaz de historia, de códigos y extrañas bodas entre seres de dudosa Existencia, pero indudable certeza, con fuerza de axiomas y teoremas, hipótesis y perentorias verdades: allí vivían las extrañas ideas y habitaban aisladas-en-comunión-intrínseca los millones de burbujas cerebrales que pululaba en permanentes sinapsis, la piel planetante.
Atado a ese maremágnum de multitudes criaturantes, embobinadas en unidades de totalidad e inmanencia, se era capaz de adentrarse en tierras y mezclas y entrañables cenizas, aromas de enibrante dulzura; de jugos y flujos y vinos y copas y decididas grietas; de soñar en pasado-futuros fugaces que se fugaban en niebla inconsistente, en delgados hilos y bordados invisibles,
en marca de agua, y envolvente, saturante en su inconsistencia;
se era capaz de atravesar todos los medios, calibrar todos los poros, elevando siempre el éxtasis a la máxima potencia.
Se nace experto en fugas y pliegues y quiebres, en pérdidas y robos, arrebatamientos y aniquilaciones, adiciones y sustracciones, potenciaciones y divisiones sucesivas sin fin,
y viajes a más y menos infinito en tiempos vacuos, a velocidad infinita del abrazo de universal inmanencia, aglutinado siempre en torno de límites de probada fiereza, dureza y crueldad, donde igualaban su potencia multiplicante el punto y el universo.
Se nace terráqueo insaciable, sin más calificativos.
José Guillermo Molina
Julio 8 de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario