ENTRADA
Esta
escena de comenzar a escribir parecía una escultura, de rasgos fijos, cuajados
siempre en el mismo material: esa sensación de tensión superficial de no saber
a qué se vino, ni qué puede aportar al fuego vital sentarse en la silla de
letanías a desentrañar palabras y esencias, que,
cual
caballos desbocados se agolpan sin identidad en nuestras terráqueas gargantas,
convertidas por el vértigo en caminos abandonados, ciegos y enmalezados,
pero
recargados de esencias futuras y resonancias encajadas en los aires del viaje -
los mismos senderos del afuera...
este
llegar a no poder recordar el resorte lingüístico, de deliciosa novedad, que
nos tiró a ese concierto de teclas fantasmas,
vaivén
infinito entre el coro de réplicas,
con
la esperanza de poder atrapar ahora sí el sentido original de nuestro pulsar
geofísico;
ese
perder la carnada incitante (motor del presente e individuación de lo real),
pero sí quedar engarzado en la máquina cerebral del perpetuum
movile y el sumus multitudo: entrampado en la sempiterna
visión-quemón del incorporal eterno, del propio hueco negro, el árbol
incandescente en que se gestan nuestros trances de transmateria y coexisten
experiencia y porvenir.
¿Qué era, si no, ese paulatino revelarse del bestial campo de
metamorfias do fraguaban, bajo planchas de presión y refinados gradientes de
temperatura, nuestros sesgos más futuros con los ritmos y la crueldad más
antigua, la marca por excelencia de la supergravidez y la absoluta pertenencia
a lo corporal? ¿De dónde surgía ese intervalo de crucifixión verbal, la gran
catatonia escritural? Aunque fuera entre indescifrables balbuceos, pasaría esta
prueba de aridez e interminable recurrencia.
LABERINTO
Ahora
que estaba marcada la entrada al gran templo, podría retosar y remolonear cerca
a la puerta, en las solitarias plazoletas, en alguna de las cuales seguramente
podría adormecerme, y en algotra de las cuales, como en "La
Madriguera" de Kafka, seguramente encontraría mi "pila de
carne", mi provisión para un buen turno de soledad y desamparo. No había
prisa en entrar, aprovechando cualquier descuido nocturno o ensoñación diurna
de la Guardia Encargada, con la venia del Sol o de la Luna o las Estrellas, que
lograban alguna distinción en medio del vacío.
De todos modos esa entrada era para mí, siendo yo el único capaz de recomponer su clave y su referencia, de dar con su vía de entrada de entre las miles de callejuelas llenas de distracciones que rodeaban afanosamente al templo, buscando alguna oportunidad de canje entre los acudientes de todas las horas. Había miles de tales callejas que terminaban en alguna pared del templo inaccesible, después de atravesar una horda de vendedores ambulantes que se habían loteado el espacio público.
Así que no tenía mucho que cuidar la entrada al templo, pues se confundía con las miles de falsas entradas, o entradas ciegas, y prácticamente nadie terminaba por acudir al templo.
De todos modos esa entrada era para mí, siendo yo el único capaz de recomponer su clave y su referencia, de dar con su vía de entrada de entre las miles de callejuelas llenas de distracciones que rodeaban afanosamente al templo, buscando alguna oportunidad de canje entre los acudientes de todas las horas. Había miles de tales callejas que terminaban en alguna pared del templo inaccesible, después de atravesar una horda de vendedores ambulantes que se habían loteado el espacio público.
Así que no tenía mucho que cuidar la entrada al templo, pues se confundía con las miles de falsas entradas, o entradas ciegas, y prácticamente nadie terminaba por acudir al templo.
Más bien se dedicaban
al comercio y el consumo alrededor del templo, de forma que si alguien eligiera
entrar de verdad, se encontraría con un sagrario maravillosamente solo y
cuajado de misterio, sin remedio quedaría atrapado en el vórtice negro del
dios, sembrado en la hipnosis del aire enrarecido en obsidiana, en el núcleo
silencioso del cristal, distendido en fuga de arista infinita, arista curva en hélice
o sólido torbellino.
CUERPO SIN ORGANOS
Una escultura en pavórica fijeza
horadando el aire con su radiar
en máscaras atónitas,
y explotados hongos atómicos
- preñados de réplicas
vivientes y pensantes aleluyas -
la infantil azulfragancia de los aires plácidos,
cargados de flores y luciérnagas:
Mi sola torre, de vida y de crudeza,
sembrando poema y mental esquema
entre las flores y ramas
del cósmico cristo,
cuya vibrante espina dorso-magnética
entonaba la danza-riesgo
de los giróscopos orantes,
los cristales-testigo del milagro universo:
el vital peán del mineral.
El Canto era de piedra.
El canto era un flotar endurecido,
invariable testimonio de inocencia.
El canto eran láminas de pacto
al rojo vivo del versículo sacro
labrando las pilas de arenarios.
Por los peñascos gemía la cántiga
de los eternos transpersonales:
Inspiraban nubes y eculpían rostros
sobre rocas y estancias de asolados terrenos,
entre frágiles junquillos de aires tiernos
se esparcían sus feéricos panoramas,
sobre rocas y estancias de asolados terrenos,
entre frágiles junquillos de aires tiernos
se esparcían sus feéricos panoramas,
sus pavóricos milagros.
Por los peñascos escurrían enigmas
y la gracia de oxigenados susurros
encajaba en escaños lo acaecido,
cifrando su luz en cúmulos de estigmas.
Por los peñascos escurrían enigmas
y la gracia de oxigenados susurros
encajaba en escaños lo acaecido,
cifrando su luz en cúmulos de estigmas.
Hirvientes trazas de rocío...
Encima de su aura en expansivas cáscaras,
flotaba tan sólo un sudor mental
informe y sin centro
guardando su nido-madre
de renovada lozanía
- pliegue núcleo en gamuza dentro
de celeste digestión de afueras -,
incoando entre su lumbre
etérea llama de armonía,
perenne vigía de la cumbre.
Pues sí que desafiaba al tiempo,
y no a su pasar,
sino a su misterioso no-pasar,
en cuyo núcleo tensaba el corazón
lo absurdo de su ritmo en apretadas olas,
su ir y venir, su divagar
las místicas mareas en augusto lembo
de imbatibles velas...
y sin corsarios a bordo, ni piratas...
solo insoportables sinusoides
De seguro, ese plasma nuclear de azarosas telas
describía el pendular mismo de la historia,
su glacial experimentación en el vacío:
y de testigos íbamos quedando a flote,
restos de una tensión al extraser,
mantenida por sin par corsario
que helaba y molía como grieta,
falla líquida de plurisentidos al galope
sobre los códigos-control rapiña
que arman nuestro mundo ordinario.
Y precisamente a él roba su pasmo
envolviendo su éxtasis en denodada acción
- su orar extrafalario -
y modulando en letras de agua su tensa comezón,
grafos de oro (divinal conciencia),
flujo de sentido entre arquifallas de meteoria.
Bien sabía yo del enorme gelasmo,
macma pasional de transubstancia,
grafos de oro (divinal conciencia),
flujo de sentido entre arquifallas de meteoria.
Bien sabía yo del enorme gelasmo,
macma pasional de transubstancia,
sufriente corazón, esponja d'amore
que atrapaba cualquier halo de locura
en su propia trampa de no-ser, de erosión.
Era la molienda y la fluxión;
alli los granos amaban al son de geodesias
que les trazaba una música aleatoria
medulada de silencios en salmodia,
constelada de caídas y anestesias,
colores sonoros que estallaban
entre blancos silencios de dulzura
secretos pasadizos por do fuga sus extremos
cualquier identidad de historia
o amago de nombre que haya encarnado la Pavura.
Pues éramos gastado contexto,
mapas cuarteados, mudos, yermos
donde aparecían sin orden ni atadura
los glifos-luz flores de verbo
que animaban viajes y mezclas de la Duramáter:
Trazas puras en las caras de las rocas
Recordaban in aeternum
la crudeza de sordas tormentas.
El ánimo y la luz
venían siempre del afuera,
espantando el polvo de rincón
que tapiaba de rutina nuestros huesos,
y un pliegue de estrellas da refresco
a la mónada en mazmorra,
nacida en inspiración de Leibniz.
El ánimo y la luz
rompían nuestra cáscara,
encendían nuestra hoguera,
y en el aire construía su escalera
el oscuro tifón del Sur,
por donde huía a zarpasos
de nuestra alma pueril
la noche del gran Carbón.
Al fulgor que animaba nuestros pasos
cobarde le huía la modorra.
Y ya su aliento de galaxia
penetraba sin tamiz
perforada máscara;
sus halos de vacío y ataraxia
clavaban el cuerpo del azur
…en prolongada estancia…
…en infinita errancia…
…de los enormes clavos del cielo…
disipaban las soeces miasmas,
viciado secreto de mazmorra,
y a la flámula de su fósforo,
-bandera de ígneos carismas-,
asomaban su original perfil,
trazas de sus genes estelares,
asomaban su original perfil,
trazas de sus genes estelares,
arisco cristal del vacuo coro
que acosa las noches del abismo,
talla de lunas silente marfil
y anima en sones la gran camorra.
Sed de fugas e ilímite tesoro
cruzaba en rizado pizzicato
crispadas olas de arrebato
en ululante aéreo coro
de alguna noche sin dueño
en brutal concierto de abril.
Trazas en vüelo,
grafos de cifrado sueño.
Alado viaje a contrapelo.
El ánimo y la luz templaban nuestro
núcleo,
lo templaban en la fuga de los
múltiples,
lo hervían en la musa del gris Leo,
lo libraban en diamante de su añil
lo jugaban contra celestes puñales
en los nórdicos vientos del Gran Boro.
Poema iniciado en enero de 1997
Concluido en enero de 2018
José Guillermo Molina
Concluido en enero de 2018
José Guillermo Molina
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