viernes, 5 de enero de 2018

Era el fin de aguas musicales

Era el fin.
Velaba insensible mi propio cadáver,
Mis amadas cenizas de cráteres antiguos
Quemadas por fatal revólver
junto a ciertos malos amigos
y otros irrenunciables desconocidos.
Yo les hacía compañía
junto a mis propios restos
en ese rosa carmesí…

ese crepúsculo del tiempo

Eso importaba todo muy poco.
Lo decisivo e irreversible era
que ya no saldría tras de mi
ni vendría a reclamarme en trueque
ningún affaire ni ordenado sistema
de los metrizantes del viejo campo en vela.

Huía por los mil recovecos,
túneles y floridos zaguanes
Que se abrían en pensantes grafos
en los BachArquimedianos senos
de la egregia música del agua
que repetían hordas de granos,
según las sagradas ecuaciones
que sibilaba la extraña lengua.

Por siempre solo, 
ningún cuerpo de órganos
volvería a delatarme.
Solo fuga y velocidad pura
por toboganes de seda
y amables jardines de paganos.

Ese estar entre, disuelto
volátil y frugal 
en el mundanal rüido,
o el silencio crispado del desierto
Libre de toda piel
sin ley ni pactos de manada
sin esencia ni consistencia
Dado por entero a la felicidad
de no ser nada
y esbozar en sueños el recuerdo.

Podía ya emprender vuelo de eolo
sin aterrizajes ni amarizajes
en aceradas olas vitriolo
en efímeros elementos de nulidad,
refinadas lumínicas agujas,
sensores de conciencia en paisajes,
diferenciales que estallaban en burbujas.

La ruta sin fin tras la ilegible huella
Que me precedía en sus medulares viajes
a través de las formas en estrella
que pactaban los eternos,
en complicadas cifras de tahúres
Esculcando cada esquema,
En sus más íntimos avernos
desafiando al infinito su potencia.

Era solamente luz‑espacio‑vuelo
Operador de impersonal delicia,
La que abanica a la tierra en su carrera.
Ya no me ataba la pequeña astucia,
Ni respuesta alguna que dar tenía,
Ni enigma sin materia persistía:
Un silencio blanco nebuloso,
como los senos de diosa
que danzando en esa escena austera
seducían mis ojos golosos.

Sin soluciones ni problemas,
Acompañaba en puro viento
el absurdo baile de la tierra.
Sólo un quemón metafísico raspaba el pecho
Alimentando desilusión en seco,
donde fraguaba su desierto ocre soledad.

Pasaba completamente bajo el velo,
No tenía riesgo de incidencia
en ningún humano escenario.
Todo era luz y viaje en transparencia,
Rasgo neto del dios milenario.
Nada lograba escandalizarme
ni enamorarme en real aurora.
Me mantenía divinamente al margen.
Era en lo absoluto.
Era yo sin yo.

Pudo ser que caí en la pila de bautismal roca
en la Sierra Nevada de santa Marta,
O pudo ser que me ahogué en Napú,
O que me mató el carro en Melgar,
O que me tragaron las olas magnéticas de Cañaverales,
O que me mató el carro que embestí
con la potranca moto que nunca a manejar aprendí,
O que V no alcanzó a despertarme cuando colapsé
con las flemas en cobro de la bronquitis.
Esa vez moría muy dulce e insensiblemente.
Yo no estaba ahí
sino lejos en galácticas pistas,

Pero V se dio cuenta  y llegó a tiempo
para que me quedara de este lado
del místico río emporio.
Rápidamente me despertó del ataque anóxico.
V, mi guía y apoyo...
Medio minuto más y habría cruzado el río de los muertos.

Era libre ya para mirar lo que quisiera
A las dulces muchachas en flor
Sin tener que desviar la mirada porque ellas me advirtieran.
Podía asomarme con fruición
A sus cañadas de provocativos melones,
Y seguir sus virginales superficies
hasta los propios temblorosos pezones,
que descubiertos en su intimidad
me coqueteaban con pasión indescifrable.
Podían pensar que yo era de nuevo
Un infante hambriento que mendigaba sus ricuras,
O un sátiro macho que revolcaría sus deseos.

Ellas siempre estaban para lo uno o para lo otro,
Y siempre estaban en función de dar o recibir ternuras.

Era libre para amar incansablemente,
aunque estuviera condenado a palpar
sólo con la vista
y la vista ejercida por la transparencia
la vista que tenía el cuerpo sin órganos,
la vista sin ojos,
luz que se ve.

Mas nunca, ¡oh recuerdos!
Podría acariciar con mi tacto ciego
Las azucenas y los pétalos suaves de sus tiernas pieles,
Las pieles sagradas que lucían a la luz del sol
Mientras el dios desaparecía en su Horno,
Convertido todo en visión pura.

Como tampoco podría jamás quemarme en un infierno
Ni palpar las chacras asquerosas de ningún enfermo,
Los bullentes cultivos de bacterias.

Todo viaje comenzaba con pájaros multicolores
Trazando el infinito abierto
En plano cartesiano de ejes radiantes
Plano sin vertical,
Sin norma ni normal
Divergiendo en la luz deliciosa
De la ruborizada tarde de julio,
Mientras niñas de alegría sin par
Desataban ventarrones
En avenidas de limpias hojarascas
Que surtían en seco y sin gradientes la música del agua.
No esperaban que nadie transitara por allí.
Sólo la brisa tenía permiso
De seguir a escondidas sus pasos diminutos
Y revolver de repente
Los montones de hojas ateridas.

Era una eternidad sin Yo, ni Mundo, ni Dios
Lo que se abría resplandeciente
en todas las direcciones del universo regular.
Sólo músicas esporádicas y palabras inconclusas
De insípidos vientos,
Sin clave ni promesa,
Iban apuntalando ese tiempo vacío,
Sin referentes, ni reconocimientos.
Lo único que incoaba en la fuga
Era un gozo impreciso que no se concluía.
Eso debía ser la Gloria.
Ya no músicas temáticas,
Que empezaban y concluían,
resaltando el tiempo y lo finito,
la pequeña frase y la floritura,
la cima y el abismo.

No eran flautas barrocas,
Sino un bajo continuo en do menor,
Una musicalidad aérea, atemática,
Un flotar en suspensión perpetua,
En el que el mismo tiempo y lo temático
Organizaban sus series y sus ilusiones,
Sin ejes ni  jerarquías
En la más ramplona y aleatoria horizontalidad,
cuajada de temblor
y ágiles variaciones

Mero horizonte sin alturas ni bajezas,
Pero sembrado de randomizadas flores,
Frescas hijas de Dios,
Muchachas en flor
Que nos ahorraban el sol
Con sus deliciosas sombras perfumadas:
El horrible mundo se esfumaba
bajo sus besos y caricias.


Cuidando un Examen de algebra lineal
José Guillermo Molina Vélez

Medellín , Julio 24 de 2009
enero 5 de 2018

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